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A ORILLAS DEL RIO LA VILLA
Drogas

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Santos Herrera

El pueblo contaba con una juventud sana que alcanzaba su mayoría de edad a los veintiún años. Era una juventud trabajadora, estudiosa y respetuosa, que de mil maneras desarrollaba las energías propias de edad. Cantaba pasillos y rancheras mexicanas en los portales de las casas, en las noches de estío, cuando jovencitas, con delicadeza, copiaban en cuadernos bellas canciones. Bailaban en los cócteles que para fines benéficos se realizaban en jardines con la música de tres minutos que brindaba el aparato electrónico, que sólo tocaba cuando se tragaba un real. Hacía paseos a la playa en carretas o en chivas gallineras donde el sol, la brisa y el mar despertaban cálidos sentimientos, los cuales ponían alas al corazón. Que en un papelito, expresaba su amor juvenil, que después de un largo tiempo, con timidez y emoción se sellaba con un primer beso. Una juventud que despertaba a su novia con armoniosas notas musicales de guitarras y violines, que solicitaba permiso a los padres de la novia para visitarla a su casa, y su mano cuando la iba a llevar en matrimonio, al altar. Que leía con pasión poemas de amor de los poetas románticos de todas las épocas, transitando por los azules senderos de la ilusión y de los sueños. Eran jóvenes que obedecían a su familia y se preocupaban por alcanzar una educación. Hasta podía decirse que el pueblo tenía una juventud que como un sol brillante irradiaba felicidad, sinceridad y deseos de vivir. Eran los que se preparaban con esmero para el relevo generacional, que por mandato histórico deberían continuar siempre en ascenso, con el desarrollo y progreso de la comunidad.

Pero, un día, un siniestro gusano salido de las cloacas del modernismo, llegó a carcomerse el cerebro y el corazón de algunos jóvenes en el pueblo. Ellos perdieron las sonrisas y una nube negra les nubla la razón y el buen juicio. Comenzaron a vestir estrafalariamente y decrépitos pasean la más triste y lamentable desvergüenza. Su reluciente juventud se pierde entre caballeras desordenadas, música estridente iluminada por relámpagos de colores infernales, en unos ojos profundamente melancólicos, que reflejan un espíritu vacío. Por suerte que no son todos; sin embargo, preocupa la conducta de varios muchachos y muchachas que han caído en las garras de las drogas, hundiéndose en un pozo de podredumbre y miseria moral. No han resistido la tentación de un vicio provocado por aquéllos que lucran con las debilidades y los problemas sociales de una juventud desorientada. Son ellos los que trafican y distribuyen la droga, los más responsables de lo que está sucediendo en el pueblo. Mientras esos depravados viven en palacios y lucen vehículos de último modelo, las familias de los drogadictos cargan pesada cruz. A esos repugnantes sujetos, que llenan sus alforjas con oro mal habido, que viven de la angustia y del dolor de muchos, deben recibir la condena más enérgica de la sociedad.

 

 

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"Las Pirañas", aguerrido grupo de periodistas en la década del '80

CREO SER UN BUEN CIUDADANO

Sin embargo, no mantengo relaciones amorosas sanas

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