El pasado fin de semana estaba en la fila para entrar a uno de los estrenos cinematográficos de la temporada. Disfrutaba de un vaso de soda y un chocolate, y conversaba con mi acompañante sobre nuestras expectativas acerca de la película.
Entonces llamó mi atención un par de individuos que se pararon a pocos metros de la fila, cerca de los primeros puestos. Conversaban amenamente, contaban chistes y se reían a carcajadas, mientras veían, ansiosamente, sus relojes.
Cinco minutos después, los boleteros comenzaron a pedir entradas, y la fila se comenzó a mover. Así como así, los dos se metieron, campantemente, en medio de los primeros puestos, entregaron sus boletos y escogieron los asientos que quisieron. Todo frente a los ojos de las decenas de personas que se aguantaron hasta 45 minutos en la cola.
¡El panameño...! Ese era el título de un segmento de un programa televisivo local, que definía cuando alguien se sale con una viveza, propia de los nativos de este país.
El personaje, que es identificado como "el panameño", interpreta un sinnúmero de realidades domésticas que dejan en el ambiente, de acuerdo al tema, sentimientos que provocan risa, enojo o tristeza, pero en la mayoría de las veces provocan carcajadas incontrolables.
Estos Viva, Crítica en Líneazos no solo pasan por encima de los demás en los cines. También se salen con la suya en los bancos, en las cajas de supermercados y en las filas para sacar citas médicas.
El peor de los casos es al momento de comer. Esto ocurre mucho en los restaurantes de comida rápida. La estrategia es enviar a un emisario (a) para que éste les pida la comida. Mientras el segundo espera en la fila, el primero ya ha pedido 7 comidas para sus amigos, provocando que la fila se extienda y que el último, que esperó 30 minutos, se quede sin comida cuando le llegue el turno.
El jalón de oreja va para aquellos ciudadanos que se prestan para esta burla. Evitemos incurrir en este tipo de acciones. Seamos panameños decentes, no panameños juega vivo.