OPINION


El liderazgo de la Policía

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Por Bertilo Mejía
Profesor

Cada vez que en nuestro país ocurre un incidente que involucre a la Policía Nacional, algunos periodistas concurren a buscar la opinión de los ex comandantes de las Fuerzas de Defensa, como si sus conceptos constituyeran el mejor juicio o la panacea para resolver los naturales vaivenes en la institución armada.

De allá nos traen supuestos "grandes remedios" convertidos en diagnósticos que considerados "harían" de las fuerzas armadas un instituto con el liderazgo capaz de aplastar no solamente las vulnerabilidades internas, sino hasta los derechos humanos, las libertades públicas y la propia democracia, como lo ensayaron y practicaron en los años sesenta, setenta y ochenta, los líderes militares.

Así era el entonces liderazgo de lo que fue la Guardia Nacional y las Fuerzas de Defensa, soberbio, engreído, irrespetuoso y corrupto, al extremo de haber convertido el instituto armado en árbitro de los procesos electorales, brazo político de la oligarquía gobernante y garante de monstruosos fraudes electorales.

Su punto culminante, el golpe de Estado del 11 de octubre de 1968, símbolo del Partido Revolucionario Democrático, establecido en el centro de su emblema, pero fecha fatídica en que la democracia formal y sus virtudes fueron mancilladas y sepultadas por espacio de más de dos décadas.

Décadas en las que los flamantes comandantes y oficiales de la Guardia Nacional y las Fuerzas de Defensa, violentaron el hipócrita decálogo con que pretendieron justificar el golpe militar, prolongándose en el poder hasta llevar al país al descalabro social, moral, político, administrativo y fiscal, con los más funestos y vergonzosos episodios que jamás la historia política del país haya registrado.

Porque fueron ellos, los líderes militares, los que abusando de la obediencia debida persiguieron sin tregua a los adversarios de los gobiernos apoyados por los comandantes; secuestraron mesas electorales, destruyeron actas, garantizaron los fraudes y obstruyeron el ejercicio de los más elementales derechos del hombre y del ciudadano.

Los mismos que durante más de cuatro lustros convirtieron el majestuoso Palacio presidencial en guarida de "presidentes" títeres de "a dedo", como se les conoce, impidiendo todo ejercicio que promoviera iniciativa civilista, tal como ocurrió cuando el profesor Ernesto Riera Pinilla aspiró a la presidencia de la República, en 1972.

Los que cercenaron, con su asalto al poder, la libertad de expresión; de reunión y de asociación; los que disolvieron los partidos políticos, coronados, sin duda, con las prácticas viciosas y corruptas, pero que ellos, los militares, rebasaron con los atracos descarados al tesoro público y que posibilitaron las inmensas fortunas que poseen y que no hubieran podido justificar en un régimen democrático con pantalones largos.

 

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