Todo el mundo sabe como termina la expresión en el título de esta columna, y su significado.
Es un hecho que aquellos a quienes les gusta amenazar y vociferar que son esto y aquello, no son más que personitas inseguras y pusilánimes, que intentan cubrir sus defectos de personalidad y falta de confianza en sí mismos, con una cortina de exagerada agresividad.
Son personas que generalmente sufren de complejos de inseguridad, mezclados con delirios de persecución. Si alguien les hace alguna observación o una corrección, reaccionan exageradamente. Siempre están a la defensiva, como si el resto del mundo estuviese en su contra, o en complot para acabar con él.
Como consecuencia, se hacen los "perros rabiosos", como pensando que adoptar esa actitud les ganará el respeto de los demás.
El problema inherente en la actitud de estas personas, es que detrás de sus ladridos, no tienen dientes con los cuales morder. Si quedan enfrascados en un combate de ideas o de puños, al final quedan con el rabo entre las piernas. Y créanlo, tarde o temprano, van a tener que enfrentarse a alguien, porque nadie que se quiera a sí mismo, se aguanta patanerías.
No hay ninguna razón para hablarle de forma altanera a nadie, ni con caras de gangster, si no nos han causado ofensa alguna.
Entre las actitudes que nos ganan el respeto de nuestro prójimo están la amabilidad, el buen humor, la fidelidad y el sentido de justicia. La gente que es respetada es reconocida por darle a cada quien lo que le corresponde; y nadie se merece altanerías de nadie, sobre todo cuando se trata de alguien que no ha demostrado nada en su vida para pavonearse por ahí como si fuese la mamá de Tarzán.