Me cuento entre los panameños que nunca han tenido la triste experiencia de estar tras las rejas de una prisión, aunque nadie puede descartar por entero una posibilidad como esa.
Sólo recuerdo que con la demolición de la antigua Cárcel Modelo, que funcionó por muchos años en el Barrio de El Chorrillo, asistí de espectador a la destrucción del viejo edificio que sirvió de retención de prisioneros y cuartel de Policía.
Con lo poco que pude observar, deduzco que este era un lugar sórdido, oscuro y triste, donde la permanencia debió ser aburrida y desesperante, en fin, un sitio donde el tiempo debió transcurrir más lento que en cualquier otro lugar.
Un prisionero es un hombre olvidado del mundo, pues su reclusión lo aisla de los demás seres vivientes con quienes compartió su vida, muy a pesar de los contactos eventuales diarios que llaman "visitas".
En las zonas rurales de Panamá, pude escuchar alguna vez testimonios sobre la vida de los prisioneros en la aterradora Cárcel de Chiriquí que funcionaba en el Paseo Las Bóvedas. En esas instalaciones carcelarias, el detenido era confinado en socavones o túneles donde entraba el agua del mar cuando subía la marea, sumiéndolo en una tortura, teniendo que permanecer despierto hasta altas horas de la noche con la ropa mojada pegada al cuerpo.
A principios de la República, el gobierno del Dr. Belisario Porras creó el Penal de Coiba, donde los reos fueron empleados en labores agrícolas, pero por la lejanía, muchos fueron los desmanes y abusos cometidos contra la población penal allá recluida.
Ahora, modernizadas las infraestructuras físicas carcelarias del país y flexibilizado el trato a los privados de libertad bajo nuevas concepciones humanizantes, el sistema carcelario se ve asediado por la corrupción alejando las posibilidades de reinserción del privado de libertad a la sociedad.
Al incremento de la población penal se suman ahora las denuncias frecuentes por irregularidades cometidas por los administrativos y custodios.
Difícilmente se puede lograr un cambio para rescatar de las garras del delito a los individuos allí recluidos, si quienes tienen en sus manos las tareas de vigilancia y control de las cárceles no ponen el ejemplo y se comportan peor que los custodiados.