A veces las transformaciones más profundas y espectaculares en una sociedad ocurren con los detalles que nos parecen más insignificantes.
Nos referimos a detalles del tamaño de un "gracias", un "compermiso" un "por favor", o un buen "le cedo mi asiento", dirigido certeramente a una mujer embarazada dentro de un bus.
La cortesía no se ha perdido totalmente (A Dios gracias), pero definitivamente frases como las mencionadas en el párrafo anterior se encuentran en peligro de extinción.
En autobuses. En casa. En el trabajo. En la escuela. En todas partes parece que ser cortés pasó de moda.
A diario se ven las escenas que prueban la poca urbanidad que muchos panameños padecen; personas mayores y mujeres embarazadas sujetadas con dificultad para no irse al suelo en un autobús, mientras que jóvenes cómodamente sentados contemplan con indiferencia la situación.
En nuestros hogares ni se diga. Nadie da los buenos días ni las buenas noches y muchas veces nos expresamos de modo grosero con nuestra propia familia.
En el salón de clases parece que "todos durmieron juntos", pues si por casualidad alguien dice buenos días, de respuesta se escucha un murmullo, sin ganas, en reemplazo de un saludo entusiasta.
¿Y que hay del trabajo? Hay ambientes laborales tan hostiles que soltar una frase cortés te convierte automáticamente en el "hazmereír" de la oficina. Como están tan concentrados apuñalando espaldas y serruchando pisos, al escuchar un reconocimiento o unas felicitaciones, te miran como si fueses un marciano.
Vivimos en un país en el que esperamos que todo mejore de afuera hacia adentro. Esperamos que los demás se comporten bien para que nosotros hagamos lo mismo, basándonos en el absurdo de que "si todos los demás lo hacen, por qué yo no", que por cierto, ha sido la excusa por excelencia para explicar nuestra corrupción, nuestra dejadez, nuestra mediocridad y nuestra descortesía.
Qué diferente fuera nuestro país si tan sólo practicaramos un acto de cortesía al día; si dejaramos que las personas crucen la calle sin someterlas a un estruendoso bocinazo.
Si sonriéramos cuando llegamos al trabajo y damos las gracias al recibir un buen trato. ¡Qué diferente!
En fin, ya sabemos de sobra que "lo cortés no quita lo valiente", seamos entonces valientes, o sea, seamos corteses.