La delincuencia que azota América Latina también hace estragos en Panamá, aunque nuestra imagen sea percibida desde fuera como diferente a la de naciones de la periferia como El Salvador, Honduras y Guatemala, donde las pandillas o maras están provocando la desintegración social o la llamada "africanización", situación que quiebra de forma peligrosa la gobernabilidad y provoca la fuga de capitales, el caos y genera la aparición de áreas sin ley.
En su libro "Cuentos Chinos", Andrés Oppenheimer nos muestra los resultados de su investigación sobre la ola de crímenes en América Latina, región que contiene el 8 por ciento de la población mundial y registra el 75 por ciento de los secuestros llevados a cabo en todo el planeta, de acuerdo a cifras del año 2003. Agrega el periodista que para los empresarios, el factor seguridad constituye el principal riesgo en la región.
En Panamá, donde comienzan a ser construidos mega estructuras comerciales y rascacielos para alojar la actividad de los inversionistas de esta región que buscan además lugares seguros para vivir, debemos estar pendientes del desarrollo de esos grupos marginales, bandas o pandillas y buscar una solución a la marginalidad y pobreza que los generan convirtiendo a los adolescentes en asesinos, narcotraficantes y adictos.
En este mismo orden de cosas, el Secretario de Defensa de los Estados Unidos, Donald Rumsfeld ha dicho a Oppenhaimer que la mayor preocupación con relación a América Latina no es Cuba ni Venezuela, ni la guerrilla colombiana, sino la creciente ola de crímenes que la azota.
Por su parte, James Hill, ex jefe del Comando Sur, anotó que las maras de los países centroamericanos exportan la violencia hacia los Estados Unidos y pasan, de vender sus servicios al crimen organizado, a convertirse en carteles de la droga o bandas terroristas, como ocurrió hace algunos años con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el tráfico de sustancias narcóticas.
En Panamá, los medios de comunicación han mostrado la forma en que las pandillas imponen la ley del más fuerte en los barrios populares y sus integrantes, para alistarse en estos grupos, se someten a muy diversas pruebas de iniciación desde los tatuajes de identificación al homicidio.
Esto debe generar preocupación en nuestras autoridades porque nuestra tradición de país seguro y socialmente pacífico se está perdiendo con estas diarias manifestaciones de violencia.
Antaño, en nuestros barrios la ilusión era surgir a través del estudio o el deporte. Entonces se pensaba que la manera de salir de la pobreza era destacando en este tipo de actividades. Las madres se sentían orgullosas de los logros de sus hijos, sobre todo cuando les habían proporcionado educación realizando tareas tan domésticas como planchar o vender frituras. Hoy, de acuerdo al dirigente del barrio de El Chorrillo, Héctor Avila, algunas señoras se enorgullecen del liderazgo ejercido por sus hijos dentro de las bandas o pandillas porque el propio entorno les reconoce como una especie de héroes locales. Si las autoridades y los ciudadanos comunes no alcanzamos a comprender el peligro de este fenómeno social en este joven siglo XXI, no nos enteraremos el momento en que la inversión económica local y extranjera busque otras latitudes y nos sumerja en la más espantosa pobreza.