MENSAJE
No descubra mi defecto

Hermano Pablo
Había una vez un rey que era tuerto y tenía una sola pierna y una fea joroba en la espalda. Un día llamó a palacio a un célebre pintor para que le hiciera un retrato. El pintor, a fin de congraciarse con el monarca, pintó al rey con dos ojos, le añadió la pierna que le faltaba, y no pintó la joroba. El rey, indignado por semejante falsedad y adulación, lo mandó decapitar. Luego llamó a otro pintor. Éste se fue al otro extremo. Pintó al rey de una manera exacta, con todos sus defectos físicos tan evidentes que el cuadro era un ridículo. El rey, indignado también con éste, mandó decapitarlo al igual que el otro. Por fin llamó a un tercer pintor. Éste último no quería correr la misma suerte de sus colegas. Además de pinceles, usó el ingenio. Pintó al monarca montado a caballo, con lo que disimuló la pierna faltante. El cuerpo lo puso semi de frente para no tener que pintar la joroba, y lo armó con un rifle en la mano como si estuviera apuntando, para disimular el ojo tuerto. La artimaña surtió el efecto deseado, y el rey le pagó una fortuna al pintor ingenioso. En la actualidad hay muchos que actúan exactamente como el rey de esta historia. Si alguien les habla claramente de sus defectos morales y su vida licenciosa, le toman odio y antipatía. Si otro les habla hipócritamente, alabando las virtudes que no tienen, justificando sus malos hechos y tolerando sus vicios, también les cobran odio. De nada vale ocultar con astucia los defectos morales, y de nada vale tampoco procurar disimularlos y justificarlos. Para los defectos del alma no hay nada mejor ni más saludable que contemplarlos francamente ante el espejo fiel que es la Biblia, Palabra de Dios, y luego confesarlos con humildad al gran Pintor, el Señor Jesucristo, que posee el arte divino de transformar y regenerar toda alma fea y deforme.
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