Pensar es la actividad fogosa que reclama voluntad, obrando unitariamente con las zonas revolucionarias y agitadas que reclama voluntad, obrando unitariamente con las zonas revolucionarias y agitadas, donde las neuronas en completa severidad fisiológica estimulan los mandatos transformándolos en movimientos voluntarios promotores de las hazañas cotidianas. Este proceder se hace absolutamente indispensable, abriendo el compás debido, propiciando los detalles un tanto complejos, reflejando todo un sumario de abultada riqueza mental y emocional.
Las aptitudes proceden de nuestro interior, trabajando como mensajeras atribuladas portando los recursos que nos traen las buenas nuevas de los pensamientos innovadores, en demarcada ostentación, desde lo sencillo, hasta el grado de las prominentes dignidades que se manifiestan den lo profundo y cálido de la personalidad, hasta el abismo abierto entre el sujeto que piensa y el que no piensa.
Este último, reacio a entrar por los extensos estrados, donde se aplica la metódica cultivadora de los rasgos de la inteligencia reflexiva. Para ciertas personas, pensar es la tarea titánica y tormentosa que produce las incómodas alergias. Ser fútil y halagüeño es mejor porque no se me exige nada, ni tengo que revelarme en litigio con el destino.
Podemos ser mansos pero no mensos, el primero posee ideas que se hallan en germen en el amplio sentido de la palabra, los segundos; ¡Vaya son incurables; lo zoquetudo no les permite sopesar, las dificultades! Por no pensar las ciudades están perdiendo corazones sin piedad, ni sufrimientos, con ojos que no saben llorar, donde las ignominias con prepotencias entran al universo sediento de las consideraciones, en claro desprecio de esa alegría muy natural de las personas hospitalarias.
Pero la sociedad es austera, lanzando al irremediable abandono a estos seres en trifulca eterna con el pensamiento, entregándolos a los golpes irremediables del azar.