A ORILLAS DEL RIO
LA VILLA
Miseria en la Sierra

Santos Herrera
Algo muy serio debe estar sucediendo en la sierra y en la montaña panameña. Algo que oprime, que humilla, que denigra, que deshumaniza, que persigue y que ofende. Algo poderoso que se roba la tranquilidad, el trabajo, la felicidad y la esperanza. Algo con mucha fuerza, que enferma, embrutece, explota y los expulsa de la tierra que por siglos han trabajado. Algo despiadado que le aprieta el estómago vacío y rompe hasta los sueños. De allá están bajando los cholos macilentos, arrastrando su miseria que se riega por los caminos y las calles de los pueblos. Su caminar es triste como triste tienen el alma. En el peregrinaje participa toda la familia. El abuelo golpeado por los malos tiempos, sin apuros, se mueve como una sombra. La madre envuelta en un camisón, oculta la llegada de un hijo indeseado y siguiendo las huellas, un niño que todavía no ha aprendido a reír. En fila, uno detrás del otro; descalzos, hambrientos, en harapos, llegan a los pueblos en busca de una mano generosa, que les ofrezca un pedazo de pan que sacie su hambre de siglos. La hambruna en la sierra y en la montaña es asesina. La tierra no les pertenece. Unos cuantos bellacos la han cercado, coronándola con el alambre de púas. Las laderas de los cerros, lavadas por las lluvias, el sol y el viento ya no tienen fuerza para dar frutos. No hay dónde sembrar el grano de arroz, de maíz, de frijol. Los bosques han desaparecido y con ellos los animales que alimentaban a los pobladores. La carne de monte no se consigue, mientras que en lontananza se mece soberana la paja de faragua. Los ríos, quebradas y manantiales se han secado, complicando más la existencia en el área que por culpa de la ambición de algunos hombres, se ha convertido en un extenso cementerio en el que hasta la propia naturaleza está muerta. Entonces, acorralados por el hambre tienen que abandonar la vieja tierra de sus antepasados. Como nada tienen, cuando bajan a los pueblos, nada traen. En su chácara cabe toda su fortuna, su patrimonio, su riqueza, su aniversario. Pero, sí llegan con un cargamento de miserias, enfermedades, explotaciones, ignorancias y con las de la esperanza totalmente rotas. Con una vestimenta peculiar, cubierta por los polvos de agrestes caminos, van dejando los rastros de sus anchos pies en el pavimento de las esquinas y parques de la ciudad de Chitré, que indiferente no les presta la mínima atención a su angustia y dolor.
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