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Viernes 14 de julio de 2000



Le remordió la conciencia

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Hermano Pablo
Colaborador

Ricardo se paseó de un lado a otro frente a la estación de policía. Parecía estar muy preocupado, como quien lleva encima una gran carga.

De pronto, y en forma decidida, entró a la estación y se presentó ante uno de los agentes. «Vengo a rendirme», dijo resueltamente.

Era el final de dieciséis años de vivir huyendo, con la espada de Damocles sobre la cabeza y con la espina de la conciencia dentro del alma; dieciséis años de cavilar entre hacerlo o no hacerlo, entregarse o no entregarse. Al término de dieciséis años, Ricardo Montoya, de Sâo Paulo, Brasil, no aguantó más.

Ricardo había dado muerte a un hombre. Había sido el resultado de una de esas riñas nocturnas entre borrachos, y nadie supo quién había sido el autor del homicidio. Pero Ricardo sí lo sabía. Y había luchado todo ese tiempo contra esa voz insistente, hasta que no pudo aguantar más. Fue así como se entregó.

¿Qué es la conciencia? Un diccionario la define así: «Sentimiento por el cual aprecia el hombre sus acciones.» Es decir, la conciencia es esa sensibilidad interior que nos hace saber el bien que debemos hacer, y el mal que debemos evitar, y aprueba o acusa conforme a nuestros hechos. Ese sentimiento es el sentido innato moral con el que todos hemos sido creados.

Durante más de cuarenta años hemos estado divulgando, primero por la radio, después por la televisión y la prensa, estos «Mensajes a la Conciencia», y lo seguiremos haciendo con la ayuda de Dios. Es que la debilidad y la apatía humana requieren que constantemente se nos sacuda y se nos recuerde que cosechamos lo que sembramos. Ricardo Montoya luchó dieciséis años contra el grito de su conciencia, y no la pudo callar.

Cada uno, ante la censura de su conciencia, puede reaccionar en una de tres maneras. Puede endurecerla, con la continua repetición de la ofensa. Puede cargar la culpa en el pecho, como lo hizo Montoya. O puede pedir perdón por la ofensa, primero a Dios y luego a la persona ofendida, y someterse a las consecuencias, y así vivir en paz con Dios, con sus semejantes y consigo mismo.

Nuestra conciencia es un don de Dios. Es como el dolor físico, que nos dice que algo anda mal en nuestro cuerpo. Nuestra conciencia nos indica cuándo algo anda mal en nuestra alma. Obedezcamos sus advertencias. Si con toda el alma queremos obedecerla, Dios mismo nos ayudará. No vivamos un día más con ese ardor en el pecho. La muerte de Cristo ha comprado nuestra paz. No tenemos que sufrir más esa culpa.

 

 

 

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