Le remordió
la conciencia

Hermano Pablo
Colaborador
Ricardo se paseó
de un lado a otro frente a la estación de policía.
Parecía estar muy preocupado, como quien lleva encima
una gran carga.
De pronto, y en forma decidida, entró a la estación
y se presentó ante uno de los agentes. «Vengo a
rendirme», dijo resueltamente.
Era el final de dieciséis años de vivir huyendo,
con la espada de Damocles sobre la cabeza y con la espina de
la conciencia dentro del alma; dieciséis años de
cavilar entre hacerlo o no hacerlo, entregarse o no entregarse.
Al término de dieciséis años, Ricardo Montoya,
de Sâo Paulo, Brasil, no aguantó más.
Ricardo había dado muerte a un hombre. Había
sido el resultado de una de esas riñas nocturnas entre
borrachos, y nadie supo quién había sido el autor
del homicidio. Pero Ricardo sí lo sabía. Y había
luchado todo ese tiempo contra esa voz insistente, hasta que
no pudo aguantar más. Fue así como se entregó.
¿Qué es la conciencia? Un diccionario la define
así: «Sentimiento por el cual aprecia el hombre
sus acciones.» Es decir, la conciencia es esa sensibilidad
interior que nos hace saber el bien que debemos hacer, y el mal
que debemos evitar, y aprueba o acusa conforme a nuestros hechos.
Ese sentimiento es el sentido innato moral con el que todos hemos
sido creados.
Durante más de cuarenta años hemos estado divulgando,
primero por la radio, después por la televisión
y la prensa, estos «Mensajes a la Conciencia», y
lo seguiremos haciendo con la ayuda de Dios. Es que la debilidad
y la apatía humana requieren que constantemente se nos
sacuda y se nos recuerde que cosechamos lo que sembramos. Ricardo
Montoya luchó dieciséis años contra el grito
de su conciencia, y no la pudo callar.
Cada uno, ante la censura de su conciencia, puede reaccionar
en una de tres maneras. Puede endurecerla, con la continua repetición
de la ofensa. Puede cargar la culpa en el pecho, como lo hizo
Montoya. O puede pedir perdón por la ofensa, primero a
Dios y luego a la persona ofendida, y someterse a las consecuencias,
y así vivir en paz con Dios, con sus semejantes y consigo
mismo.
Nuestra conciencia es un don de Dios. Es como el dolor físico,
que nos dice que algo anda mal en nuestro cuerpo. Nuestra conciencia
nos indica cuándo algo anda mal en nuestra alma. Obedezcamos
sus advertencias. Si con toda el alma queremos obedecerla, Dios
mismo nos ayudará. No vivamos un día más
con ese ardor en el pecho. La muerte de Cristo ha comprado nuestra
paz. No tenemos que sufrir más esa culpa.
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