TEMAS DE ACTUALIDAD
Un Patriota
Ejemplar

Fermín Agudo Atencio
COlaborador
La honestidad
y la honradez son virtudes cautivas, sólo de las almas
con talento. He sido un observador consecuente de las actitudes
de mis semejantes y muy especialmente de los hombres que se nombran
públicos a quienes el pueblo consagra una estricta y mesurada
tarea.
Son ellos sometidos a la lupa escudriñadora y a
la clínica acuciosa de un pueblo desesperado. Y los mismos
se olvidan que llegan a esas alturas, por el voto de los desaliñados
y que el sueldo que devengan proviene de los tributos que éstas
clases solventan.
Peor aún, muchos de ellos ni siquiera son conocidos
por los conglomerados sociales que los seleccionaron. Es el desdén
aconsejado por aires de grandeza quien se empeña en aupar
el divorcio entre los pocos de arriba con los muchos de abajo.
Pasó la política, ya se fueron, volverán
dentro de cinco años, como las oscuras golondrinas; por
lo menos en el circuito donde yo vivo.
No ha sido mi profesión la de dedicarme a escribir
panegíricos, pero hoy, he de inclinar la mirada hacia
una persona que para mí es un héroe infatigable.
No es sólo un gesto heroico el que se libra con
las armas, también es aquel que se libra con el verbo
fogoso y creativo.
El personaje que me ocupa es el doctor: Víctor
Méndez Fábrega. Tomó su legislatura a tiempo
completo, ayudando especialmente a las escuelas y a los niños
de su circuito.
No lo conozco, pero creo sentir que se trata del caballero
enamorado de un ideal supremo. Hizo de su butaca el crisol de
la experiencia, emulando a Catón en el foro antiguo.
Propuso, sentenció, anatematizó, y, por
oídos sordos el adalid, perdió la armonía
de su elocuencia. Hasta donde pude apreciar, fue el único
Legislador que propició la censura a los colegas que no
concurrían a laborar con regularidad. Ella consistía,
como es razonable, descontarles los días que no trabajaban;
defendiendo la premisa: el que no trabaja no cobra.
Con esta proposición sorprendente pensé: el doctor
es un fijo en el 8-8; pero, ¡ay!, no tenía presente
la carta fulera que yacía bajo la mesa y que casi siempre
el pueblo en secreto se dispone a lanzar: la ingratitud.
Fue el Legislador que acudió consecuentemente a
las sesiones del Palacio Justo Arosemena, sin embargo, sufrió
el escarnio y la mancilla de ser rechazado, después de
haber trabajado con tanto celo y ahínco.
Con gallardía y sorpresa anunció su derrota
y pasó al vetusto Palacio Legislativo a recoger todo un
conjunto de documentos que a la postre serán sus hermanos
inseparables en la defensa por la vida. Adelante doctor, hienda
el corazón de la tierra y abone surcos de prosperidad
introduciendo la simiente, y mañana, vendrá la
cosecha abundante y segura de su portento sacrificio. A los
predestinados les está vedado vivir bajo la cobija promiscua
de la falacia, ellos como el genio, tienen su propio hábitat.
Lo admiro por su rectitud en esta época de genuflexiones
en que nos ha tocado vivir.
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