Hermoso testimonio
Soy una persona de 30 años de edad, hice bachillerato y traté de entrar a la universidad en dos oportunidades. Pertenezco a una familia de clase media, desarrollé una vida social normal, hasta el momento que conocí la droga hace ya algunos años. Este hecho dividió mi vida en dos etapas: la primera, con dificultades normales de todo ser humano; la segunda, con los problemas y dificultades característicos progresivos en todo drogadicto, que nunca imaginé cuándo empecé a consumir, miedo, angustia, ansiedad, aislamiento, resentimiento, hasta desarrollar una conducta antisocial.
Al llegar a este fondo no tuve oídos para ninguna de las personas o entidades que querían, y trataron de ayudarme: familia, amigos, consejeros, médicos, sacerdotes, patrones, sicólogos, etc.
Ante esta presión opté por ir a una clínica de recuperación con alto costo para mi familia. Regresé a la vida con nuevas energías y convencido de haber superado mi problema. Inicialmente todo parecía ir bien, pero yo aún no me había liberado de mi obsesión por consumir; volví a la droga y ahí si comenzó mi verdadero infierno, no veía solución al problema en que me hallaba, ni la misma droga atenuaba mi sufrimiento; aún no conocía la naturaleza exacta de mi enfermedad. Estaba sin esperanza, ni deseos de seguir viviendo. Providencialmente una persona que padecía la misma enfermedad me invitó al lugar donde había encontrado la solución a su problema. Era la primera vez que alguien me hablaba con su propia experiencia en igualdad de condiciones; todos estábamos enfermos, sufriendo y necesitando dejar la droga; me sentí acogido y esperanzado por la primera vez. Allí encontré libertad para tomar decisiones, nadie me presionó, no había reglamentos que cumplir, ni cuotas que pagar, el único requisito era el deseo personal de dejar la droga. No se necesitaba estar recluido. Ante esta paradójica libertad tuve la necesidad de abrir mi mente para escuchar y tomar mis propias decisiones.