EDITORIAL
La reversión
de Sherman
El escalonamiento
de reversión de las áreas que integraron la extinta
zona canalera se cumplió plenamente en la vertiente colonense
del territorio patrio, con la entrega, ayer, de las instalaciones
de Fuerte Sherman, y sus dependencias militarizadas, entre ellas
el polígono de tiro de Piña, donde entrenaron durante
ocho décadas, soldados norteamericanos.
La región agreste de Sherman, enclavada en el derrotero
del río Chagres, constituye valiosa reserva forestal de
bosque húmedo tropical, y al decir del conocido Informe
Hawayatta, resulta insustituible, solamente equiparable con las
selváticas lejanías de Filipinas, por corresponder
al concepto estratégico de "agua chocolate";
denominación militar que describe las calidades ambientales
de tales terrenos.
El calendario revertidor avanza; cada amanecer se reduce una
jornada en el tiempo que nos separa de la fecha del mediodía
del 31 de diciembre de 1999, cuando terminará la colonial
presencia norteamericana en Panamá, superando los parámetros
de jurisdicción, cuasi soberanos, que por ochenta y seis
años manejó el enclave zoneíta, cuyas resultas
perfilaron un país en precario, con soberanía condicionada,
atado al derrotero de los intereses norteños, funcionando
para atenazar el dogal de la unción contractual opresora
que permitió excavar la zanja intermares.
La reversión de ayer, con la parafernalia y protocolo
de relumbre que en marciales desfiles, sonoros discursos e hizamienetos
de bandera, entregó Sherman a Panamá, enfrenta
delicadísimo problema que debe atenderse con serenidad,
tacto y prontitud, cual es la existencia de más de tres
mil seiscientas hectáreas de tierras utilizadas para el
entrenamiento militar, donde centenares de municiones permanecen
sin detonar, algunas ocultas y enterradas, así como restos
de contaminantes detonados; anormalidad ambiental que deben sanear
los norteamericanos al tenor de las normas contractuales de los
pactos Torrijos-Carter, y las previsiones de los acuerdos internacionales
sobre descontaminación de explosivos, de los que ambos
países, Panamá y Estados Unidos, son suscriptores.
Las experiencias en El Salvador, Nicaragua y Guatemala, son
referencias ciertas para reclamar el saneamiento total de tales
parajes, cuya vocación de uso, al tenor de la legislación
panameña, radica en el turismo ecológico y las
actividades agrícolas, las que se verían disminuidas,
en peligro, de no lograrse las limpiezas con métodos y
técnicas modernos.
Ojalá las autoridades nacionales, las que concluyen
y las que inician en septiembre, adelantan con firmeza y claridad
estas realidades que deben asentar las renovadas relaciones bilaterales
con el país del Norte.
PUNTO CRITICO |
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