A ORILLAS DEL RIO
LA VILLA
San Juan
de mi pueblo

Santos Herrera
Ayer, el pueblo
en masa, como lo viene haciendo desde hace más de un siglo,
se tomó las calles y con mucho entusiasmo y alegría
celebró su fiesta patronal de San Juan Bautista. Los cómicos
y ocurrentes parrampanes, desde muy temprano iniciaron la fiesta
y con su bullanguero ritmo visitaron hogares amigos, y se hicieron
dueños de las calles y plazas. Los niños entre
emociones y temores les siguieron.
Las mujeres lucieron ese día bellas polleras y los
hombres vistieron pantalón negro de remoja, con dos dobleces
en las bastas, la llamativa camisa de "lechiguilla"
o "sedalina" arrollada hasta los codos y en su cabeza
un sombrero de bellota "a la pedrá" adornado
con una cinta de color brillante. En ningún momento abandonaron
el garrotillo de huesito amarrado en la muñeca. Con esta
indumentaria de gala en honor del santo en su día, salió
la pareja a celebrar con sus amistades y familiares la fiesta
en las calles, sin descuidar en ningún momento los "galgarazos"
de seco y las insaciables totumas de chicha fuerte, que de manera
inevitable los conduce a los predios del rey Baco, quien horas
más tarde se adueña de todos sus reflejos y movimientos.
Desde las primeras horas de la tarde, briosos corceles, debidamente
cuidados, alimentados con maíz y acariciados como una
dama, para "correr San Juan", fueron montados por jóvenes
y viejos, y conducidos por las calles, patios y plazas del pueblo.
Surgió la competencia a fin de demostrar cuál caballo
da mejor paso; para determinar qué jinete manifiesta más
destreza en el manejo de la bestia; para ganarse la mirada de
una bella moza, que tímidamente observa la carrera de
caballos, sentada en un taburete desde el amplio portal de su
casa. El joven enamorado, confiado, seguro de su habilidad, en
plena carrera se levantó y parado en la silla, guió
su caballo que raudo pasó frente a la asombrada muchachada.
Las tardes de carrera de San Juan están extraordinariamente
cargadas de acción y emoción. Bestia y jinete vibran
de energía, que se va escapando poco a poco en oleadas
de sudor que el movimiento incesante y el canicular sol del veranito
de San Juan, comienzan a reclamar. Nunca faltan, para distracción
de la concurrencia, los caballos lecheros y los molenderos que
son llevados por sus dueños a "correr San Juan"
y como para ello hay que adiestrar y cuidar al animal, éstos
lo hacen con tanto desgarbo y falto de gracia, que se convirtieron
en el hazmerreír de los espectadores.
Al llegar la noche del San Juan, los tambores continuaron
sonando. Las cantalantes entonan alegres coplas y los bailadores
tiran sombreros y plata al ruedo. El tamborito cruzó triunfante
la muralla de la medianoche y sigue el pujador, el repicador
y la caja con su queja de cuero herido. Y muy entrada la madrugada,
la voz ronca y apagada de la cantalante dice en su última
tonada: "Se muere el muerto sin confesá, se muere
ya, se muere yaa".
Así se celebró el San Juan de mi pueblo...
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