Uno de los aspectos más negativos del fútbol no solo se manifiesta en la cancha. También en los vecindarios y las oficinas públicas podemos ver a individuos que agreden a otros en privado, y luego -ante la mirada de todos- invierten los papeles, haciéndose las víctimas, apuntando el dedo contra los verdaderos agredidos.
En este mundial hemos podido ver cómo jugadores que ni siquieran son tocados, se lanzan al piso, llevándose las manos a la cara y gesticulando como si les hubieran metido un tiro. Un teatro despreciable, aunque hay que reconocer que la simulación de agresión para generar pitazos favorables de los árbitros, ha formado parte de este deporte desde hace muchas décadas. Hasta Pelé y Maradona hacían su teatro de vez en cuando.
Pero en la vida real no hay necesidad de semejante ridiculez. En el campo de juego, puede ser considerado una "viveza" o una "picardía" del jugador. En el plano del trabajo o del barrio, esto es una cobardía, un acto propio de una serpiente.
Y por lo general son cometidos por malos compañeros. Esos que se dedican a hablar bochinches maliciosos de ciertos colegas. Les dicen indirectas cuando están en los baños, y tratan de averiguarles hasta lo último de su vida privada, para regarlo por todos lados. ¿Y qué sucede cuando uno los enfrenta? Salen con una actuación digna de un Oscar. Involucran a otros compañeros (incluyendo a los jefes) en una discusión privada, haciéndose el que está siendo agredido e insultado. Y todo para mostrarse como un dulce corderito y a uno como un ogro.
Se trata de gente con la cual no se puede hablar de frente. Todo lo hacen de forma oculta, artera y por nuestras espaldas. Lo único que puede ayudarnos contra estos individuos es la verdad, y comportarse dignamente.