Al mirar hacia atrás, en ese pasado de mi generación y que muy pocos tratan de recordar porque para "perdonar hay que olvidar", me inquieto ante los recuerdos.
Jóvenes en las calles protestando. Pañuelitos blancos y sonar de pailas y pitos.
Caravanas y gentes corriendo para evitar ser apaleados por los "tongos".
En una clase un joven al escuchar contar sobre estas vivencias de otra generación, señaló muy tranquilo que "eso es el pasado". Pensé: "Lo que pasa es que las generaciones de hoy no vieron a familiares suyos llegar a sus casas advirtiéndoles a sus padres que no permitieran que ellos se involucraran en esas manifestaciones". "Adentro son demasiadas las cosas que pasan. Ustedes no lo imaginan".
"Una vez allí, no se puede hacer nada" sentenció el familiar sobre el cuartel militar de Chiriquí en esa ocasión. "Tampoco estuvieron en medio de un parque gritando consignas a favor de la libertad ciudadana. Menos, presenciaron cómo las personas molestas por las ofensas diarias a su modo de pensar correteaban a gente que se identificaba con los militares.
Tampoco vivieron el tener que salir a la calle con el cheque de sus parientes a ver dónde lo cambiaban para poder comer.
Además, salir un día en medio del caos y ver cómo los comercios tenían tapadas sus vidrieras con láminas de madera, mientras los guardias invadían con sus equipos y armamentos las calles. Presos liberados, maleantes conocidos, gente atemorizada, niños con sus madres huyendo, jóvenes gritando.
No es una película, aún recuerdo esas escenas...
Varios conocidos que valientemente enfrentaban al régimen militar fueron protegidos por amigos en sus casas para que no los mataran.
La vorágine de violencia dictatorial, es un sufrimiento que no se quiere repetir.
Que te confundan con alguien que no eres tú, que jueguen con tu seguridad física porque lo importante era agarrar a cualquiera bajo el pretexto de la sedición contra el gobierno, no todos los pueden contar...