Por el camino ancho y temblequeante del internet me llegó el escrito que abajo transcribo. Lo entendí como una respuesta al pesimista retrato de mi país que esbocé hace unas semanas, y que me dejó con unas ganas terribles de morirme, porque no veía salida de este funeral perenne en el que nos encontramos.
No sé quién es el autor de tan bellas y optimistas letras. Si algunos de ustedes lo conoce, preséntemelo para darle el abrazo de náufrago que le debo, porque sin saberlo se ha convertido en mi tabla de salvación. El escrito dice así:
PANAMA ES...
Panamá tiene sabor a ciruela traqueadora, a pelusita de guaba y a guayabita madura. A raspao en el que metemos el dedo para que el hielo mezcle bien el sirope con la leche condensada. Y si queremos negar que nos comimos uno, no podremos, pues tendremos los dedos manchados con la marca del delito.
Patria es el peso de los tembleques sobre la cabeza y el vuelo de la zaraza, abanicando los pies. Es el meneo sensual de "soba, soba, soba y soba, Mariana soba", y el sereno silbido de la flauta de un kuna.
Tanto rogar por alcanzar el paraíso, y lo tenemos a la vuelta: 365 islas sin tráfico, ni vidrios ahumados, ni televisión. En San Blas, es fácil encontrar nuestra soñada isla desierta y percibir los olores de este hueco del Planeta. Huele a pescado, a aceite de coco, a cuerpo al sol, a agua salada.
Panamá sabe a jugo de naranja con raspadura y a pixbae recién salido de la olla. Suena a "Mami tas’ buena", "bien cuidao" y "un real de menta, por favor".
Panamá es pedazos de la vida de millones de personas, los que nos quedamos, los que nos fuimos y los que sólo vinimos de paso. Es el calor que te despierta sudando de la siesta y el aguacero que te arruina el uniforme del 3 de Noviembre. Panamá es vivir con la danza del mar bajo tus pies y con el olor del fogón llamándote, cual canto de sirena.
¡Para sobijar las penas y humedecer las alegrías está el Seco!
Para bailar bajo el Sol del mediodía sin morir en el intento están los culecos, y para ahorrar sin darse cuenta, está el club de mercancía.
Panamá es una tripita apenas. Es tan chiquito que ir de un café del Casco Viejo a bailar en el sofoco del Cosita Buena toma pocos minutos en una noche clara y de abuelitas recogidas. "Su pequeñez es deliciosa y portátil, como dijo Ricardo Miró, quien la llevaba "toda entera dentro del corazón".
Panamá tiene el ardor de una raja de canela y el acidito de un ceviche, y al sabor de un buen saos o un plato de mondongo con plátanos en tentación, o unos buenos patacones con pescao’ frito.
Huele a gallina de patio, ha guardado de humedad y a guandú fresco y oloroso. En Navidad sabe a saril, en Semana Santa a pan bon, y en patronales a puerco frito.
"Panamá por Dios privilegiada, Él te hizo centro del mundo y de todas las razas", cantamos los feligreses en la iglesia. Otros preferimos la "playa, brisa y mar, es lo más lindo de la tierra mía", y algunos bailamos; la patria con el bum bum del reggae.
Pero todos estamos de acuerdo con aquello de que "Patria son tantas cosas bellas". A mí, la patria me sabe, me huele y me suena a mar, ese que se quedó atrapado en "la pequeña celda del caracol". |