MENSAJE
Un sorpresivo sueño eterno

Hermano Pablo
Costa Mesa, California
Plácidamente acostados, los doscientos treinta y nueve hombres dormían. Soñaban con su esposa, sus hijos, sus amigos. Todos, profundamente quietos en sus camas, no veían más que el interior de sus párpados. Pero a las 6:22 de la madrugada se oyó un ruido ensordecedor que los despertó a todos en menos de un segundo, y sucedió lo que ninguno esperaba. Ni un solo hombre quedó despierto por más que ese breve segundo. En ese segundo todos volvieron a dormir el sueño eterno. Todo ocurrió el 23 de octubre de 1983 en el cuartel de soldados americanos en el aeropuerto internacional de Beirut en el Líbano. Un furgón Mercedes Benz, cargado con dos toneladas de explosivos, derribó a alta velocidad el cerco del perímetro, y el chofer, suicidándose en el acto, hizo volar el edificio de cuatro pisos, matando a la mayoría de las personas adentro. En casi el mismo momento fallecieron igualmente cincuenta y ocho de los soldados franceses que también dormían en su cuartel en Beirut. ¿Cómo es ese sueño "eterno" en que entraron esos hombres? ¿Es lindo o feo? ¿Produce emoción o terror? ¿Trae paz o inquietud? ¿Es una escena del paraíso o es toda una pesadilla? La Biblia nos dice que vamos a uno solo de dos lugares después de la muerte: al cielo o al infierno. No hay posibilidad de una simple inconsciencia. "Está establecido que los seres humanos mueran una sola vez, y después venga el juicio", dice el Libro Sagrado (Hebreos 9:27). Para todos esos hombres que dormían tan plácidamente en el Líbano, ya era demasiado tarde para escoger a cuál de los dos lugares habrían de ir. Cuando despertaron, ya estaban en el lugar donde se vive para siempre. Ahora bien, cuando esos hombres se acostaron aquella noche, ¿estarían preparados para su destino eterno? ¿Ya habrían hecho su paz con Dios? Si bien es imposible que sepamos a dónde fueron ellos, es posible -y más nos vale- saber a dónde vamos a ir nosotros. Basta con que le entreguemos nuestra vida y corazón en completa sumisión y arrepentimiento a Jesucristo para que él nos abra las puertas del cielo y así vivamos con él por toda la eternidad. Esa es la seguridad que tenemos todos los que nos arrepentimos de nuestra vida de pecado y por la fe le pedimos a Cristo que sea nuestro Señor y Salvador.
|