A ORILLAS DEL RIO LA VILLA

San Juan de mi pueblo (II)


Santos Herrera

Las mujeres lucen ese día bellas polleras y los hombres visten pantalón negro de remoja, con dos dobleces en las bastas, la llamativa camisa de "lechuguilla" o "sedalina" arrollada hasta los codos y en su cabeza un sombrero de bellota "a la pedrá" adornado con una cinta de color brillante. En ningún momento abandonaba el garrotillo de huesito amarrado en la muñeca. Con esta indumentaria de gala en honor del santo en su día, sale la pareja a celebrar con sus amistades y familiares la fiesta en las calles, sin descuidar en ningún momento los "gargarazos" de seco y las insaciables totumas de chicha fuerte, que de manera inevitable los conduce a los predios del rey Baco, quien horas más tarde se adueña de todos sus reflejos y movimientos.

Desde las primeras horas de la tarde, briosos corceles, debidamente cuidados, alimentados con maíz y acariciados, como una dama, para "correr San Juan", son montados por jóvenes y viejos, y conducidos por las calles, patios y plazas del pueblo. Surge la competencia a fin de demostrar cuál caballo da mejor paso; para determinar qué jinete manifiesta más destreza en el manejo de la bestia; para ganarse la mirada de una bella moza, que tímidamente observa la carrera de caballos, sentada en un tabuerete desde el amplio portal de su casa. El joven enamorado, confiado, seguro de su habilidad, en plena carrera se levanta y parado en la silla, guía su caballo que raudo pasa frente a la asombrada muchacha. Las tardes de carreras de San Juan están extraordinariamente cargadas de acción y emoción. Bestia y jinete vibran de energía, que se va escapando poco a poco en oleadas de sudor que el movimento incesante y el canicular sol del veranito de San Juan, comienzan a reclamar. Nunca faltan, para distracción de la concurrencia, los caballos lecheros y los molenderos que son llevados por sus dueños a "correr San Juan" y como para ello hay que adiestrar y cuidar el animal, estos lo hacen con tanto desgarbo y falto de gracia, que se convierten en el hazmerreír de los espectadores.

Al llegar la noche del San Juan, los tambores continúan sonando. Las cantalantes entonan alegres coplas y los bailadores tiran sombreros y plata al ruedo. El tamborito cruza triunfante la muralla de la medianoche y sigue el pujador, el repicador y la caja con su queja de cuero herido. Y muy entrada la madrugada, la voz ronca y apagada de la cantalante dice en su última tonada: "Se muere el muerto sin confesá, se muere ya, se muere yaa".

Así se celebraba el San Juan de mi pueblo...

 

 

 

 

 



 

AYER GRAFICO
"Chenda" Córdoba, la primera mujer acordeonista que hubo en Panamá.


CREO SER UN BUEN CIUDADANO
Sin embargo, abuso del usuario.


OPINIONES

 

PORTADA | NACIONALES | OPINION | PROVINCIAS | DEPORTES | LATINOAMERICA | COMUNIDAD | REPORTAJES | VARIEDADES | EDICIONES ANTERIORES


 

 Copyright 1996-1998, Derechos Reservados EPASA, Editora Panamá América, S.A.