Lunes 22 de junio de 1998

 








 

 

MENSAJE
Inmolado por la humanidad


Hermano Pablo,
Costa Mesa, California

E
l espectáculo parecía de película. Un hombre de mediana edad, de pelo largo y barba gris, gritaba: "Sálvense! Sálvense! Viene el fin del mundo!" Todos los turistas que habían ido a El Alamo, Texas, aprontaron sus cámaras. Pensaban que se trataba de alguna filmación.

Pero cuando Wesley Wendell Westbrook se roció con gasolina y se prendió fuego, se dieron cuenta de que no era una filmación. Tuvieron que acudir los bomberos a toda prisa y apagar la antorcha humana para salvar al hombre. Y aún en la camilla seguía gritando: "Sálvense! Sálvense! Sálvense! Ya viene el fin, el fuego final!"

Este tipo de inmolaciones no son del todo raras en nuestro mundo moderno. Entre monjes budistas se dan con cierta frecuencia. Entre fanáticos de la India, también. No hace mucho un hombre en Rumania se prendió fuego, para protestar por el cambio en el gobierno.

Ahora llega el escenario este hombre de Texas que se creyó profeta, y después de exhortar al arrepentimiento se prendió fuego "para morir él - según se lo dijo a una persona cercana-, por los pecados de la humanidad." Lo hospitalizaron con quemaduras de segundo grado en el ochenta por ciento de su cuerpo.

Todas estas auto-inmolaciones obedecen a una sola gran razón: un fuerte sentido de culpa, junto con ignorancia completa del sacrificio de Cristo y de su significado universal y eterno. Es cierto que el arrepentimiento es necesario. Es también cierto que es necesario reconciliarse con Dios y librarse de todas las cosas negativas que envilecen la vida.

Pero hay un solo modo trazado por Dios para lograr la regeneración. El sacrificio que quita el pecado del mundo en forma total, perpetua y gratuita, ya la realizó Jesucristo en la cruz del Calvario una sola vez y para siempre.

No es necesario hacer ningún sacrificio más. Nadie tiene que inmolarse, nadie tiene que crucificarse, nadie tiene que hacer penitencias. Lo único que cada uno necesita es un profundo y sincero arrepentimiento de todos sus pecados, una fe viva y personal en la persona de Cristo, y una total sumisión al señorío de Cristo. Ese es el modo de Dios. Ese es el plan de Dios. Ese es el deseo de Dios.

Si queremos sentirnos limpios, si hemos deseado no tener que llevar más la carga de nuestros delitos, si hemos querido poner la cabeza sobre la almohada en completa tranquilidad, podemos hacerlo. Ya Dios nos compró esa paz. Recibámosla de sus manos entregándole nuestra vida a Cristo. El es nuestro Salvador.

 

 

 

 

CULTURA
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