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Falsedad

Fermín Agudo A. | Colaborador

El desconocimiento y la falta de experiencias nos hace ser veritativos, esto sucede con los niños que siempre están predispuestos a contarnos la verdad con lujos de detalles de un suceso cualquiera. Muy pocas veces el infante inmaduro se siente en condiciones de espetarnos la prosaica mendacidad, cubriéndose con ella para salir del apuro que lo amilana y lo tortura. La mentira nace con la experiencia y el tiempo a manera de protección, con los tercos malestares que nos transportan al método del ensayo y error.

La mentira es audaz. Hay unos que las expresan sin tener conciencia de ellas a éstos se les conoce con el mote de mentirita fresca, otros los más gallardos las dicen agachados a hurtadillas no queriendo dar el rostro, ellos son los hipócritas que las botan con carácter piadoso, abrigando la intención de quedar bien con todo el mundo. Y es interesante y apasionante este tópico afín con la contemplada lógica de Aristóteles, exponiendo en sus refutaciones sofísticas las preocupaciones que lo inducían a presentar estas consideraciones de elevadas ponderosidades tendientes a explicarnos las entrañables diferencias conceptuales entre los razonamientos falsos y verdaderos.

Colocadle la vestimenta de la verdad a la mentira, cuan difícil es pero entre los incauta es muy fácil hacer de una mentira una verdad, aplicando un no sé qué, tal vez un extraño mimetismo irracional. Al ladino no le parecen temblar sus labios al pronunciarla, ya en él se ha hecho familiar dicha conducta diaria, que en forma resuelta las dicen envueltas en el tapujo sin ningún recato. Estos permutadotes de oficio les ponen términos estrictos a sus vagabunderías mañosas.

Es muy competitivo encontrar a nuestro paso un sujeto serio en sus obligaciones, pero en cualquier esquina se asoma un rufián traficante del engaño. Estos razonamientos falsos cuando se cometen deliberadamente con suma intención de engañar al prójimo se les llama sofisma, proferidos por falsarios tentadores frecuentes del error. Nuestro lenguaje es abultado de comunicación y en ese bagaje de asociada nutrición expresiva, se escapan las mentiras a tutiplén, abriendo el universo oportunista de una clara, hábil y efectiva interacción social de cariz tendenciosa. Conocer la destreza de engañar, sabiéndola emplear con maestría es un arte del cual podemos obtener provechos pingües, especialmente si tratamos con sujetos privados del don de analizar profundamente.



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