Hace unas semanas, cuando se anunció que tendríamos apagones si no llovía, pensé: "qué pifia los 80s!". Y yo que pensaba que eso era cosa del pasado, algo que habíamos dejado atrás, como el IRHE. Pero antes de culpar a las compañías privadas, como han querido hacer muchos, hay que mirar la vara en el ojo de las autoridades.
Para comenzar, no permitieron que las distribuidoras contrataran el suministro a largo plazo. Si a inicios de este siglo se hubiese permitido a las distribuidoras la contratación del suministro a largo plazo con las generadoras, ahora estaríamos pagando varios centavos menos por kilovatio-hora de lo que estamos pagando; buenos dólares menos por mes en la cuenta de luz.
Pero lo peor no es sólo que la luz esté cara, sino que existe el riesgo de que para los próximos dos años tengamos que sufrir apagones programados. Ello, debido a que el consumo de electricidad ha venido aumentando mucho más rápido que la generación. Necesitamos más plantas de generación, y por mucho tiempo las autoridades encargadas de otorgar las concesiones, han sido demasiado burocráticas en tramitarlos.
Y ni qué decir de los ambientalistas radicales, que sólo saben oponerse a todo proyecto de desarrollo. En el caso de la planta de Changuinola, que producirá más de 220 MW (casi un 15% de la capacidad instalada actual en todo el país), no sólo están los ecorradicales, sino también los que pretenden manipular a los indígenas para crear oposición al proyecto. No obstante, según entiendo, los indígenas no son tontos y saben que con las indemnizaciones que les van a dar, van a quedar mucho mejor y precisamente por eso los indígenas no son los que están armando el alboroto.
Yo lo que sé por el momento es que voy a concluir este artículo, porque la computadora en la que lo estoy escribiendo consume luz, y dados los precios que estamos pagando últimamente, más vale que la apague pronto. Y que los apagones nos agarren confesados.