En los programas de opinión en televisión y radio, columnas en periódicos y en discusiones de calles y corredores, siempre nos preguntamos como puede hacerse para acabar de una vez por todas con la excesiva burocracia gubernamental, y al mismo tiempo aumentar la eficiencia sin gastar tanto dinero en planilla innecesaria.
Cuando los políticos de gobierno y oposición entran a este debate, sus comentarios provocan risa, y al mismo tiempo una sensación de rabia e impotencia, porque precisamente el sistema político electoral actual no solo apadrina, sino que depende de "el botellismo" para subsistir.
Para los aspirantes a cargos públicos, las promesas de trabajos en el gobierno son el principal anzuelo para el reclutamiento de miembros nuevos en los partidos políticos, y para maximizar su cuota de votos en las elecciones.
¿Pero por qué sucede esto? Lamentablemente, porque hay una gran masa de personas de todas las clases sociales que anhelan en secreto formar parte de esa gran masa de empleados públicos que cobran mucho y trabajan poco. Quieren ser botellas, y están dispuestos a vender sus principios y su dignidad para ello.
Es una relación de codependencia corrupta. En campaña, los políticos necesitan sumar y sumar, y la promesa más vieja y más fácil de formular es la de colocar a decenas de miles de panameños en la ya saturada planilla estatal. Y un grupo de panameños -por el otro lado- esperan lograr vivir 5 años de sus vidas agarrando los mangos bajitos y teniendo libres los fines de semana. Lo único que tienen que hacer es firmar en los libros de militancia de un partido.
Lo lamentable para la mayoría de ellos es que nunca serán nombrados, porque ni aunque boten del gobierno a todos los militantes de partidos rivales, puede haber espacio para tanta botella.