A ORILLAS DEL RIO
LA VILLA
Las normalistas

Santos Herrera
La claridad de la luz del llano, se extendió hasta este pueblo, iluminando su bucólica vida, dedicada por entero al trabajo fecundo y a una apacible y muy sosegada convivencia. Retrasados periódicos hablaban de un presidente visionario que se había atrevido a romper arcaicas estructuras de la administración pública, donde tradicionalmente la gestión gubernamental se concentraba en la capital de la República. La inauguración de la obra, aquella mañana clara de junio de 1935, esparció manojos de luces que fueron disipando sombras, regando por el campo la simiente del conocimiento y de la superación. Bastante cerca estaba la Escuela Normal con su decorado atrio y amplio vestíbulo, con sus pabellones y aleros, con su aula máxima y su internado. Es decir, que ésta, con entusiasmo abrió sus puertas a todos los jóvenes con deseos de abrazar el apostolado de enseñar. Por ello, familias del pueblo decidieron si escatimar esfuerzos y sacrificios, mandar a sus hijos a Santiago para que se graduaran de maestros. Y es entonces cuando bandadas de palomas blancas como las describió el poeta santiagueño, levantaron su vuelo desde todos los rincones de la campiña interiorana y jubilosos llegaron a la Normal Augusta. Que por la magia de la palabra y los libros se convirtió en un sol de sabiduría que atraía a estudiantes que embarrados de lodo de los más recónditos caminos agrestes de la patria istmeña, llegaban en busca del título de maestros que les concedía el privilegio más noble que se le puede otorgar a un ser humano; cual es el de enseñar a leer y escribir al que no sabe. Fueron tantos los jóvenes de nuestro pueblo, que se trasladaron a Santiago para dedicarse al magisterio, que dos chivas partían diariamente, muy temprano, a ese pueblo, regresando en horas de la tarde. Nos referimos a Eliseo "Chiche" Cedeño y a Arcelio "Chello" Collado, quienes en sus chivas "El Aguila Solitaria" y "Transporte Francia", mantenían un correo diario con las normalistas que ansiosas esperaban cartas y encomiendas de sus familiares, que con cierta alcahuetería también les mandaban queso, pan, lechona frita, leche Klim, guineo, guayaba y hasta pastelito de maíz nuevo. Era tanto el movimiento que generaban las dos chivas en la Escuela Normal, que la dirección tuvo que abrir una oficina de paquetes de recibo y entrega. Los dos conductores eran muy queridos por los estudiantes y cuando había salida un fin de semana, la muchachada con la alegría propia de la juventud inundaban de canciones y sonrisas a las dos chivas que al llegar a la entrada del pueblo, sus guías tocaban la bocina sin parar, anunciando satisfechos que habían traído al pueblo un valioso tesoro. En esos días, las noches tranquilas eran rasgadas por las voces y las cuerdas de las guitarras de artistas lugareños, que con hermosos pasillos y valses despertaban a las normalistas. Había fiesta en el pueblo y por eso Alfredo Escudero y Ceferino Nieto, grabaron sendos discos denominados Las normalistas.
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