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Hastiados de la violencia, colombianos buscan paz en Costa Rica

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San José
AFP

"Veía pasar los muertos que sacaban del río por la calle frente a mi casa. Si estuviéramos allá mi esposo estaría secuestrado o muerto. Allá la vida no vale nada...", relata con tristeza doña Emilce, una de los miles de colombianos que llegaron a Costa Rica buscando un poco de paz.

Se levantó muy temprano este lunes para cumplir con el encargo de empanadas y panes tradicionales que se servirán al mediodía en una actividad con Andrés Pastrana, el presidente de Colombia, su país, que de tantos recuerdos dolorosos...quiere dejar atrás.

Hace 17 años vive en Costa Rica, no ha vuelto ni piensa volver. Doña Emilce, que ahora tiene 48 años, huyó de la violencia que impera en Colombia acompañada de su esposo, sus tres hijos -el menor tenía apenas diez meses- y otros parientes.

Como muchísimas familias colombianas, la suya también ha sufrido en carne propia: "A mi hermano lo desaparecieron, mi cuñado estuvo secuestrado durante dos meses y nosotros nos vinimos por miedo a que nos secuestraran o nos mataran", asegura a la AFP.

En Colombia, ella y su familia vivían en Puerto Boyacá, a orillas del río Magdalena, pero debían andar tres horas a caballo para trabajar en su finca, pasando tres retenes del ejército, donde, según cuenta, "controlaban el mercado (comida) que llevábamos y a veces nos trataban mal creyendo que colaborábamos con la guerrilla".

"Teníamos que pagarle a la guerrilla la vacuna ganadera ("impuesto de guerra") y aún así vivíamos en zozobra. Cuando mi esposo se iba a la finca, no sabía si iba a volver vivo o muerto. Malvendimos la finca y dijimos: nos vamos de aquí", afirma.

Como doña Emilce, un empresario de bienes raíces, que prefirió el anonimato, cuenta a la AFP que se vio forzado a "huir" con su familia de Colombia en enero de 1999, agobiado por cuatro tortuosos meses de constantes amenazas por teléfono, de "nerviosismo brutal".

"Con esa situación no se puede vivir, no se puede convivir con la amenaza, es una tensión invivible", dice el empresario, a quien le mataron un hermano hace cinco años para robarle el automóvil.

Desesperanzado, no vislumbra una salida a la situación de su país pues, afirma, "la violencia le conviene a la guerrilla, al ejército, a los paramilitares, a los narcotraficantes, a los delincuentes y a los corruptos: Mi país no tiene arreglo, se acabó, es un Estado totalmente destrozado".

"Lo único que lamento es no haberme venido antes a Costa Rica. Es muy doloroso, uno se siente sin patria porque no hay posibilidad de regresar...los problemas de Colombia tienden a agudizarse", aseveró.

Viaja de incógnito a su país, cada vez que debe hacerlo por motivos de trabajo: "Cuando estoy allá no puedo verme con mis amistades, me da pánico salir. Quince días antes de salir a Bogotá vivo en tensión y me enfermo. Eso no es vida, es un calvario".

"Como no sentirse en casa si aquí viven tantos colombianos que han hallado en Costa Rica un ambiente propicio para su desarrollo personal y profesional", dijo Pastrana la mañana de este lunes en la ceremonia oficial de recibimiento, al dirigirse a quienes emigraron en busca de paz.

Y es que en los últimos años ha sido significativo el número de colombianos que llegaron a Costa Rica para quedarse a vivir, pues en 1997 fueron 759, 1.106 en 1998, 2.831 en 1999 y en tan sólo los tres primeros meses de este año 1.004.

"Imagínese decirle a uno que no hay ejército cuando uno está sufriendo allá con todo eso. Mi esposo vino primero a ver y desde aquí me llamó y me dijo: arregle que nos venimos", señala doña Emilce, al explicar el porqué su familia escogió Costa Rica.

Hoy doña Emilce exhibe con orgullo a "La Antioqueña", una pequeña fábrica de empanadas y arepas -tortillas a base de maíz- que saca adelante con su esposo y que le permite mantener a la familia.

Sus productos son vendidos en un concurrido supermercado de la periferia oeste de la capital. Honor a quien honor merece: "Me quedan muy buenas", asegura; pero este mediodía será Pastrana, en una recepción en el Museo del Niño, quien les dará el visto bueno.

 

 

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Sus productos son vendidos en un concurrido supermercado de la periferia oeste de la capital. Honor a quien honor merece: "Me quedan muy buenas", asegura; pero este mediodía será Pastrana, en una recepción en el Museo del Niño, quien les dará el visto bueno.

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