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Definitivamente una gran cantidad de panameños considera como un castigo el trabajo. Todo indica que toman muy en serio de que tener que trabajar es un "castigo de Dios", consignado como condena eterna desde los tiempos bíblicos del Génesis.
Tal vez por eso se rehusan a hacerlo bien. El panameño y la panameña común no se entregan en un ciento por ciento a su profesión ni a su trabajo, cualquiera que este sea. Durante la jornada están siempre a media velocidad, hacen casi todo de mala gana, se entretienen con facilidad en los pasillos o en cualquier rincón, menos en su puesto, la labor específica que se les encomienda la dejan casi siempre para última hora, y lo hacen con el menor esfuerzo, mediocremente y sin esfuerzo total.
Por eso es que en Panamá salen tan mal las cosas, pues la mayoría de los ciudadanos no le pone cariño a su trabajo, no se preocupa por llegar temprano y quedarse en su puesto hasta que se misión del día esté cumplida a cabalidad, no se interesa por superarse y para nada se preocupa por atender bien a las personas que le rodean en su oficio.
Hay que ir a los restaurantes, a las oficinas de todo tipo, a los almacenes, a los puestos de venta en la calle ¡ni hablar que las dependencias estatales! En estos escenarios se puede notar la falta de interés de la gente por el trabajo, por la vida misma, y por el futuro.
El trabajo es un don de Dios, un beneficio que no todos tienen, y que debe ser recibido como una gracia y no como un castigo. Hay que estar alegre de poder trabajar, y poder hacerlo en libertad. Antes, el tema del trabajo estaba infaustamente ligado a la muerte, la esclavitud y el dolor. Ojalá los panameños asumamos otra actitud ante el tema, porque nos estamos haciendo daño. |
