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HOJA SUELTA
Pistola en mano

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Eduardo Soto Pimentel
Eduardo Soto P.

Si no se ganó el gordito, y necesita dinero urgente, puede asaltar a los pasajeros de un bus.

Es fácil, y no se preocupe por la Policía, ninguno de ellos se dará por enterado.

Así lo hicieron cinco maleantes, el sábado 29 del mes pasado. Subieron a un “diablo rojo” de la ruta Torrijos-Carter en Los Libertadores (esas montañas de cemento que están frente a la USMA, y que le sirven de dormitorio a cinco mil cristianos), y se bajaron en la entrada de Santa Librada, en San Miguelito. En menos de 20 minutos se llevaron ¡seis mil dólares!

Una pasajera -que todavía está muerta de miedo y me suplicó “por el amor de Dios o de lo que usted quiera”, que no revelara su nombre-, describió a los tipos de esta manera: “dos eran blancos, tres trigueños; dos tenían el pelo largo y uno usaba gorra (...), otro de ellos, tenía la boca llena de dientes de oro, mucho oro, prendas por todos lados... puro oro”.

Tres de los asaltantes iban atrás, amenazándolos a todos.

“El que iba adelante (no el que le apuntaba con la pistola al conductor, el otro) gritaba constantemente: ‘dispárales, dispárales... mátalos’”, asegura la chica, una madre sin esposo, que pensaba que no iba a ver más a sus hijos.

El bus no se detuvo nunca. Desde Los Libertadores hasta Santa Librada hay dos juegos de semáforos, uno frente a Crítica Libre (desde aquí nadie se dio cuenta de nada) y otro, en el puente elevado de San Miguelito: los dos estaban en verde ¡qué suerte!

En el trayecto los asaltantes fueron de puesto en puesto quitando carteras para sacar el dinero. “Se metían la plata por todos lados, y muchos billetes cayeron al suelo y ahí lo dejaron”, señaló la temblorosa mujer que me habló del caso.

Cuando el maleante se acercó a mi entrevistada para arrebatarle su quincena (180 dólares) ella era un mar de nervios. “¡Ábrela ya!”, le gritó el tipo, y le puso el cañón de la pistola en la cabeza. Ella decía: “no disparé, por favor, aquí está la cartera”, pero no soltó ni una lágrima; lloró cuatro horas después cuando, en su casa, reaccionó y pudo hablar.

“Gracias a Dios estamos vivos”, fue lo que pudo balbucear el busero cuando los maleantes se habían ido con todo. Él puso la denuncia, según le contó después a los pasajeros, pero hasta ahora no hay resultados.

Si alguien sabe algo que pueda ayudar a las autoridades a resolver este caso, es conveniente que llame a la piquera de buses de Torrijos-Carter, o a este reportero.

Si no se ganó el gordito, y necesita dinero urgente, no se le ocurra subirse a un “diablo rojo”...¡asaltan!

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