CUARTILLAS
Fórmula
Milcíades A. Ortiz Jr.
El anciano juez me llevó
al pasillo del edificio donde funcionaban en los años sesenta los
juzgados, fiscalías y Corte Suprema de Justicia. Con voz pausada
señaló a un humilde funcionario que barría el piso
de su oficina, en la Plaza de Francia.
El portero ejemplar barría con entusiasmo y tesón; no
dejaba rincón sin pasarle la escoba. En su rostro se notaba atención
al trabajo que realizaba.
Dijo don Rubén D. Conte (q.e.p.d.) que ese humilde portero hacía
su trabajo "con amor", mientras que otros no. Aquellos simplemente
cumplían el mínimo de sus obligaciones, y era frecuente sus
quejas sobre lo negativo de éstas.
Esta lección sobre lo que realmente es el trabajo, la recibí
apenas tenía dieciocho años de edad, de parte de quien fue
mi primer jefe de trabajo. Han pasado ya cuarenta años del acontecimiento,
y todavía en mi mente tienen valor las palabras del agradable anciano,
quien había llegado a ser Juez Cuarto del Circuito por su propio
esfuerzo, pues era un "empírico".
A través de los años y en muchos libros de sabios expertos,
he encontrado cómo la gran maravilla, la definición del mejor
trabajo como aquel que se hace con "amor", entusiasmo, vocación
y dedicación.
Se indica en estos libros que mucha gente considera que el trabajo
es un trago amargo en sus vidas. Por eso lo hacen mecánicamente,
sin efectividad, para justificar el sueldo. Son aquellos sujetos que se
la pasan mirando el reloj, esperando la hora de salida; que se lamentan
de sus obligaciones y se sienten aprisionados en su trabajo.
Lo que sucede es que algunos trabajos no son estimulantes, me diría
alguno de estos sujetos. Y no les extrañe que ponga como ejemplo
las obligaciones de un contador, una secretaria de un despacho sin importancia,
la repetición de una misma acción todos los días, etc.
Podría agregarse un mal salario, un jefe negativo y varias razones
más, que nunca justificarían al empleado flojo, sin iniciativa
ni voluntad para mejorar y salir de su mediocre desempeño.
Hacerlo "con amor" es la fórmula correcta para realizar
bien cualquier tipo de trabajo, como me enseñó el ex Juez
Conte, a comienzos de los años sesenta. Yo vi con mis propios ojos
a porteros que desempeñaban su cargo como si fuera algo de gran importancia,
mientras que había doctos funcionarios de alta categoría que
no trabajaban bien.
Pienso en esa fórmula todos los años, al llegar el primero
de mayo, Día del Trabajo. También viene a mi mente las circunstancias
en que se encuentra el movimiento obrero panameño, que a pesar del
modernismo del momento, adolece de obstáculos para su desarrollo.
Hay que lograr que nuestros trabajadores mejoren su capacitación
profesional y técnica. "Ya no es suficiente un título
de Licenciado", me dijo el otro día el periodista Camilo O.
Baruco, y tiene toda la razón.
A medida que el mundo se hace más complejo, se exige más
a los seres humanos, para funcionar dentro de las actividades de trabajo.
Solamente basta con revisar las ofertas de empleos que aparecen en los periódicos:
se pide título de Bachiller para cualquier labor, no importa si es
humilde o de poco salario.
Cuando salí del Instituto Nacional hace cuarenta años,
ser Bachiller era un título que tenía cierto renombre. Recuerdo
que Juan A. Susto lo usaba con mucho orgullo. Ahora, cuando los jóvenes
alcanzan una Licenciatura en la Universidad, lo primero que hacen es buscar
algún estudio superior, para poder ubicarse mejor en la escala salarial
de este mundo moderno.
Ya sea que Ud., barra un piso o dirija una empresa millonaria, la fórmula
de don Rubén D. Conte (q.e.p.d.) sigue vigente: hay que trabajar
"con amor".
Esto también tiene validez para los políticos. Tal vez
en este oficio sea donde más se necesite en estos momentos hacer
la labor política con "amor" y por supuesto, honestidad.

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