Era una invitación a un gran día de campo. La fiesta era para los inquilinos de un edificio de apartamentos en Milán, Italia. Todos ellos, en número de ochenta familias, doscientas cincuenta personas entre niños y adultos, aceptaron la invitación. Quien invitaba era Césare D'Amico, dueño del edificio.
Lo que no sabían los inquilinos era que mientras ellos estaban de fiesta, los obreros de D'Amico estaban dinamitando el edificio. Cuando volvieron a sus casas, sólo hallaron escombros. "Era la única manera de desalojarlos", explicó D'Amico.
Césare D'Amico quería derribar el viejo edificio para construir un enorme rascacielos. Los ochenta inquilinos no querían salir. ¿Qué hacer entonces? Implementar una solución a la italiana: desalojar el edificio y dinamitarlo.
Esto le ocurrió a doscientas cincuenta personas en Milán, Italia, pero Césare D'Amico no es el único que le pone dinamita a la casa. Hay otros que también lo hacen. No que pongan cartuchos debajo del piso. No usan medios tan drásticos, pero quizá la destrucción que provocan es peor que si destruyeran paredes, pisos, techos y casas. Se trata de los que destruyen su propia familia, esos seres de carne y hueso, de alma y corazón, que son la esposa y los hijos, y que forman su hogar, su verdadera casa, pues el hogar es la casa viviente.
Hay hombres que dinamitan su casa con violencia, con injusticia y con deslealtad. Atormentan a su esposa, descuidan a sus hijos, abandonan sus responsabilidades de jefe del hogar, y aún así esperan que toda la familia les dé honra, respeto y amor. Sus palabras son pólvora, su lengua, mecha, y sus puños y pies, granadas.
Por lo general, la persona que actúa de ese modo no quiere ser así. La domina su orgullo, su vanidad, su egoísmo, su rebeldía. Y si no hay un cambio en su vida, destruirá su hogar y se destruirá a sí misma.
¿Habrá alguna solución? Sí, la hay. Si elegimos al Señor Jesucristo como Señor y Consejero de nuestra vida, podremos formar una familia indestructible, una familia sólidamente edificada que será un nido de amor, una familia en la que el rencor y la violencia no se manifestarán.