Como una fantasía engendrada en la oscuridad que ha sido fundada en las probabilidades, evalúo las tentativas de orígenes políticos en nuestro país, respondiendo al tira y hala muy particular que se da cada quinquenio con el afán de calentar el sillón que llevó a la celebridad a don Manuel Amador Guerrero. Fui parte en la vida un día del tétrico pasado de este revolcón del cual no quiero acordarme, siendo un mozalbete, barbiponiente y espigado, pecador sin experiencias, conformando el grupo de pasajeros comprometidos en ascenso a la nave, inesperadamente doblegada por el azote de los oleajes impetuosos de cursos tropezados entre la bruma, víctimas obligadas del naufragio muy cercano a la caída del sol poniente. El premio a la osadía me fue entregado y el siniestro engalanado se ensañó contra mi atrevimiento, haciéndome sentir todas las vergüenzas dolorosas, golpe de gracia a la hora fatal recién salido de la escandalizadora pubertad, supeditada a las debilidades afloradas por la ausencia de cautela. Pero la tripulación salió a delante, esperada en puerto seguro, feliz del éxito, celebrando el bullicioso festín, rezagándome de inmediato en el tabernáculo del olvido, quedando a merced de la nada. Después de malogrado los pocos recursos económicos que tenía recordé a sancho cuando dijo: cuanto tengo, cuanto valgo, nada tengo nada valgo, pero esta vez cargando el refugio del desastre, tugurio del abandono, deuda impagable con el desafortunado destino; disturbios escenificados en el fondo del alma doliente. Conejillo de indias tembloroso frente a la crueldad del experimento imperdonable, prontamente tornado en obligatoria víctima del canalla bisturí que cercena la vida inofensiva, sajando los músculos sin fuerzas, maltratados por la cuchilla rigurosa. Después de estas faenas atropelladas, pletoritas de éxitos estériles, recurrí a refugiarme en el hogar y a trabajar, con la esperanza de acumular lo perdido que a la fecha me ha sido imposible recuperar.