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La envidia es tal vez el sentimiento más inútil del inventario de vilezas del ser humano. No sirve para nada, solo para consumir a quien lo padece. Ni te ayuda a subir en la escala de la vida ni te moviliza ni hace que quien es envidiado pierda algo de lo suyo para dárselo al "envidiador".
Forma parte del carácter del enano espiritual, quien es incapaz de hacer algo por sí mismo, y se dedica a revolcarse en su propio enojo porque otros sí van logrando sus metas.
El odio por lo menos va construyendo espadas, puñales, fuego hacia un contrario. La envidia lo que hace es cocinar lentamente un veneno que bebe únicamente quien la sufre y nadie más.
Cuando estamos enfermos envidiamos a los que rebosan salud, cuando nuestra pareja nos riñe nos fijamos en las que funcionan como el primer día y cuando padecemos problemas económicos envidiamos los que nadan en la abundancia. Y cuando envejecemos a los jóvenes y cuando estamos tristes a los que llevan la sonrisa hasta en la cédula.
En fin... tendemos a valorar en los demás aquello que a nosotros nos falta, pero casi nunca nos ponemos a pensar en todo lo que tenemos. ¡Ni lo que pudiéramos tener si trabajamos duro!
Lo más saludable es sacar del corazón la envidia porque destruye la brújula vital. Hay que darle el rumbo al destino propio, sin escamotear a los demás sus riquezas. |
