Continuamos desempolvando la vida artística del panameño Wenceslao de la Guardia.
El señor De la Guardia nació el 11 de abril de 1859 en Santiago de Veraguas, de Colombia, en esa prestigiosa tierra tropical que parece destinada a dar grandes pintores pues sus bosques, sus campos, su cielo, su naturaleza toda, es una fiesta perenne de color en todos sus matices y esplendores. Su familia, una de las más notables del Estado panameño, a consecuencias de conmociones políticas, que le hicieron emprender el destierro, se estableció en Costa Rica; y en colegios de esta República, primero en el del señor Caicedo, en San José y luego en el de San Luis, en Cartago, empezó el señor De la Guardia su educación general y tomó las primeras lecciones de dibujo. Repatriada su familia fue enviado a Bogotá, en 1874, a terminar sus estudios literarios en el Colegio del Rosario, el más importante de aquella ciudad. Pero, cosa extraña, se carecía en este colegio de una clase de dibujo, y tuvo De la Guardia que interrumpir su estudio favorito hasta la época de vacaciones, durante las cuales lo continuó, tomando lecciones de Don Fermín Isaza, quien le dio las primeras de pintura. Para no interrumpir de nuevo, suplicó a su familia le dejara seguir como externo los cursos del Colegio del Rosario, y su padre que por otra parte no daba la menor importancia a sus estudios de pintura accedió a sus repetidos ruegos; y desde ese tiempo no volvió a pensar sino en el arte que lo embargaba.
Por esa época entró en relaciones con Don Rafael Pombo, uno de los nombres más eminentes de la poesía colombiana, gran conocedor en cuestiones de arte y adorador sobre todo de la pintura.
Pombo de un natural bondadoso por excelencia, ha sido siempre protector de todos los artistas desconocidos, y ha tenido especial placer en ayudar los esfuerzos de los principiantes. Desde que hizo conocimiento de De la Guardia descubrió en él, de los primeros sus estimables disposiciones y le dio muestras del mayor afecto siendo una de las de más aprecio para el favorecido, haber puesto a su disposición los cuadros de la rica colección de que Pombo es dueño, a fin de que los estudie y los copie a todo su placer. De la Guardia conserva del señor Pombo un recuerdo lleno de agradecimiento, tanto por la parte que tuvo en sus primeros estudios, como por sus demás procederes.
A mediados del 78 volvió De la Guardia a Costa Rica. Es admirable, y de la medida da la medida de su energía, la obstinación con que continuó sus estudios de pintura solo, sin modelo, ni consejos y un medio tan contrario, como todo país incipiente al desarrollo de las artes. Para caracteres como el del señor De la Guardia dijo Dumas, "la palabra imposible se ha borrado del diccionario", y en efecto, cuando pudo haberse ahogado todo sentimiento estético en un alma menos resuelta que la suya, se acrecentó en el señor De la Guardia la pasión por llegar a ser un pintor, y se propuso a todo trance ir a Europa a perfeccionar sus conocimientos.
Por fin, en mayo de 1880 llegó a París, y fue discípulo de Bonnas (sic) - Bonnat- y luego lo fue de Carolus Duran, ambos entonces en lo más alto de su fortuna. Trabajó desde su llegada con todo tesón, sin que fueran parte a distraerlos los halagos sensuales de París, cosa doblemente meritoria si se atiende que no habría sido extraño que su alma exaltada, como la de todos los de su raza se hubiera dejado arrastrar por ellos y hubiera dado al olvido los proyectos con que llegó a París.
Consecuencia de sus fatigas fue que se le admitiera sin ninguna dificultad un retrato en el Salón de 1881. Desde ese año las puertas del Salón han estado abiertas para sus producciones.
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El señor De la Guardia ha recorrido ya el arte más áspero de su camino, y ha posado ese período tan difícil de los comienzos, en el cual el trabajo es tan duro y a veces parece tan estéril, en que se escuchan aplausos que aviven y no dejen morir el entusiasmo, y en que hay momentos de desmayo, cuando la forma rebelde se niega a someterse a la idea, en los que tortura la duda de si llegara por fin la ansiada floración del talento.
Continuaremos el próximo domingo recordando a un pintor de los nuestros, Wenceslao de la Guardia Fábrega.
En ParísTrabajó desde su llegada con todo tesón, sin que fueran parte a distraerlos los halagos sensuales de París, cosa doblemente meritoria si se atiende que no habría sido extraño que su alma exaltada, como la de todos los de su raza se hubiera dejado arrastrar por ellos y hubiera dado al olvido los proyectos con que llegó a París.