Nadie podía sentir su ausencia más que ellos. Y, su ausencia era ya demasiado prolongada. Siempre la había visto marcharse y regresar más puntual que la manecilla de un reloj inglés.De un tiempo para acá, las cosas habían cambiado y cada vez era más desesperante su regreso. Los días de ausencia habían aumentado. No, nada era igual ya. Se iba y nadie sabía cuándo sería su regreso. Y todos, todos lo sentían.
Era extraño, pues siempre volvía a animarlos con su transparencia alegre, amable, bienechora. Todos se sentían muy triste. Hasta las bestias, quizás ellas más que nadie resentía su ausencia. Sus ojos hundidos en las cuencas de sus órbitas y la extrema delgadez de sus cuerpos evidenciaban la agonía por la larga espera.
Las plantas, que ni siquiera podían moverse, para en su desesperación tratar de ir a su encuentro, mostraban un semlante marchito y desfalleciente. Nada las animaba, nada, ni siquiera el tenue soplo de la brisa.
Y los hombres, bueno debiéramos decir los hombres, mujeres, niños y ancianos. Ellos cada vez se sentían más apesandumbrados por la larga espera. La buscaban por todos lados y cada vez era más difícil encontrarla. Todos se preguntaban el porqué de la larga espera. Y nada.
Por eso enterraban sus ojos en la lejanía, como queriendo beberse sorbo el horizonte. Atentos, atentos, como buscando el más leve indicio de su retorno.
Por las noches, cansados, angustiados, se acostaban como esperando que ocurriera un milagro. Que llegara y los sorprendiera dormidos, haciéndole cosquillas en los oídos con sus sonidos cantarinos. Pero nada, la espera seguía.
Muchos se preguntaban: ¿Porqué ha tardado tanto? ¿Cuánndo estará aquí? ¿Y si no viene. Qué haremos?
Y a todos, a hombres, bestias, plantas y el suelo que los sostenía; les abrazaba un calor que amenazaba con sancocharlos y una sed insaciable por la larga espera.
A veces, en la soledad de la noche se oía a lo lejos, muy lejos como el eco y el retumbar de un distante trueno.
A lo mejor por fin llegaba y terminaba la larga espera. El agua y la tierra ya clamaban sedientos por una gota de agua.