Una reconocida ciudad es amenazada por una huelga de policías, que se quejan del mal trato de sus jefes. Los agentes piden aumento de salarios y la respuesta de las autoridades ante la crisis es "flexibilizar" el ingreso de ciudadanos de dudosa procedencia, como homosexuales, lesbianas, drogadictos y hasta ladrones, para trabajar en la fuerza pública.
Estimado amigo, si creyó que el anterior ejemplo era la Ciudad de Panamá, se equivoca. Es el guión de la serie de películas jocosas "Locademia de Policías", iniciadas en 1984, en donde al son de bromas de mal gusto se explotaba las razones por la cual algunas personas no pueden ser fácilmente aceptadas en un cuerpo de seguridad armado.
Sin embargo, dejando un lado las bromas, ha quedado demostrado que el jefe de la Policía, Rolando Mirones, y el Ministro de Gobierno, Daniel Delgado, no son capaces de brindar a la ciudadanía de la "noble y leal" capital istmeña la seguridad que nos merecemos.
En vez de ello, tiran una bomba de humo, argumentando en un debate banal que ante la renuncia de 400 agentes policiales, hay que relajar las reglas de ingreso de policías, dejando que las personas con tatuajes, los que portan aretes, y hasta los que tiene un problema con su definición sexual, puedan entrar en la Policía panameña.
Ahora, el mismo presidente Martin Torrijos indica que para que la Policía pueda trabajar mejor, se ofrecerán recompensas de hasta 100,000 dólares para aquellos que den información para detectar actos criminales.
Estas no son soluciones. Lo urgente es que a la Policía Nacional se le respete su estatus de cuerpo de vigilancia, de que es hora que algunos jefes actuales renuncien si tiene vergüenza, luego que la violencia se ha apoderado de la capital.
Allí está el caso de la muerte de un reportero gráfico, Eliécer Santamaría, el cual fue vilmente asesinado por malhechores en el sector de "La Porqueriza" de Pueblo Nuevo. ¿Dónde estaban las patrullas de la Policía para defender a los nacionales?
Ni siquiera habían pasado 24 horas del asesinato de Santamaría, cuando un agente policial, Aurelio Hernández, murió a manos de pandilleros en Mañanitas, cuando andaba con su novia estando de licencia. Ni siquiera los ladrones respetan el uniforme de los miembros de la Fuerza Pública.
Es hora de tomar verdaderas medidas de seguridad para aplacar la ola de delincuencia en la República de Panamá. Para aquel criminal que robe varias veces y asesine a las personas para atracarlas, se merece la pena de muerte. Esta medida, que en Guatemala se implementó por breve tiempo, logró aplacar por varios meses la violencia.
Otra medida es reclutar nuevamente a aquellos ex militares panameños que fueron parte de las Fuerzas de Defensa, que en 1992 fueron desbandadas por el odio insensato de la oligarquía dirigida por Guillermo Endara.
Hay muchos ex oficiales nacionales capaces de poder reorganizar los cuerpos de seguridad panameños, para hacerlos más eficientes. También urge pedir a países amigos asesoría, preparación técnica y entrenamiento en tácticas de seguridad ciudadana civil.
No dejemos que la fuerza pública panameña quede más en ridículo como en "Locademia de Policías". Triste es que la gente le pierda el respeto hacia aquellas personas que se suponen nos dan protección en las calles y en los hogares.
Recordemos que los agentes policiales abnegados llegan al extremo de ofrecer sus vidas para cuidarnos.