El Estado como organismo, en unificación de su buen funcionamiento, requiere de las circunstancias correspondientes a los elementos integrales de su conjunto universo.
Si existe la acoplada devoción, la tarea desempeñada por la exquisita sinfonía justiciera nos hará gritar de alegría.
Los ministerios, entidades autónomas y semi-autónomas, funcionarán en armonía, consiguiendo el funcionamiento eficaz de la maquinaria estatal. Y esto lo debemos hacer fundamentando las vías, fuera de los rebuscamientos estériles, provocadores estorbosos y desleales que inciden sobre el desempeño del buen funcionario que cumple estrictamente con su deber.
La política como ciencias es el recurso más hermoso con que podemos contar, especialmente bajo el dominio de la democracia, bastión delineador de sistemas, exigenador del comportamiento ciudadano, consecuente defensor de los deberes y derechos del hombre, inseparables en cualquier país.
Confiamos en funcionarios con mando y jurisdicción instituyente, configurando en los preceptos que les demanden los códigos patrocinadores de las leyes, con derechos de hacerlas cumplir, tendientes a garantizar la tranquilidad social. Si está allí, respondiendo al querer de la vara alta o al amigote que logró colocarlo en ese lugar, podrá cambiar de identidad en el cumplimiento de sus funciones, fuera del alcance del sano ideal, acto cuestionable y hasta vergonzoso, donde lo antagónico priva, pues el grueso de la población clama que el ciudadano que ocupa un puesto jerárquico, haga sentir su hegemonía mandante, para lo cual fue nombrado.
El no está allí para ser víctima de las circunstancias, su proceder debe apuntar a la concordancia de lo más justo, al encuentro de la responsabilidad histórica marcada en la inexorable balanza de la verdad. No creo en las situaciones secundarias en la aplicación de la ley, desvirtuada de la pura realidad, pues el pueblo que no es alelado espera que sus impuestos con los cuales se pagan los funcionarios, rindan los frutos óptimos para los cuales fueron nombrados.