Sin el menor asomo de dudas, estamos en la era de las siglas, y en el caso de Panamá, en la época de las bolsas.
Cuando tomamos un diario, local o extranjero, a veces nos tropezamos con escritos en los que el redactor no ha tenido el cuidado de explicar en su primera mención, el significado de las siglas de un organismo o entidad a la cual se hace alusión en el escrito, con el consecuente inconveniente para el lector. Sin embargo se sigue manteniendo indiscriminadamente, las costumbres de citar las siglas como algo ya aceptado por el público.
Además de lo anterior que no deja de causar molestias, queremos referirnos al uso y al abuso en que se está incurriendo en cuanto a bolsas, bolsas de todo tipo, en particular ahora que acaba de iniciarse el año lectivo en el que más de 700 mil estudiantes de todos los niveles se desplazan por las calles, luciendo entre sus atuendos, mochilas de todo tipo y tamaño.
Para quienes están nutriendo su intelecto, es sumamente cómodo el uso de las mochilas ya que en ellas tienen cabida no solamente libros y cuadernos, sino también alimentos para merendar durante los recreos, lápices, plumas, zapatos, zapatillas y en muchos casos, camisas y chaquetas extras que lucen después de las horas de clases, yoyos, rompecabezas, libros ajenos al estudio y muchas otras cosas de difícil pronóstico. Ellos se convierten en los protagonistas vivientes y reales del buhonero al que cantó Pedrito Altamiranda.
Eso en cuanto a los estudiantes. Pero la boga de las bolsas ha trascendido las esferas estudiantiles y actualmente arropa a ingenieros, médicos, domésticas, mecánicos, fontaneros, vendedores de CD, y todo tipo de trabajadores manuales, hasta mendigos y amigos de lo ajeno que las utilizan como "camuflaje", para aparentar que trabajan, pero que en realidad son recipientes de la cosecha cotidiana.
Cuando los usuarios consuetudinarios de las bolsas utilizan autos particulares, no representan ningún problema, ya que la comodidad de disponer de un vehículo para trasladarse a su destino no causa molestias a ningún extraño.
Otra cosa es cuando esos adictos a las bolsas son usuarios del transporte colectivo o autobuses, independientemente que sean diablos rojos, verdes o amarillos, porque quienes las cargan, pocas veces tienen el cuidado de no tropezar con las personas que ocupan el mismo vehículo.
Las peripecias se inician cuando ingresan al bus, ya que quienes ocupan puestos que dan para el pasillo, tienen que estar esquivando golpes y cuando se sientan, si es que hay puesto, quieren un asiento para la bolsa y otro para su trasero, pero como no hay cama para tanta gente, se las colocan sobre las piernas o las mantienen a sus espaldas, haciendo más estrecho el asiento y más incómodo el viaje.
Todos sabemos la comodidad que para un estudiante representa una mochila, pero a una semana de haberse iniciado el año lectivo, valdría la pena que los "bolseros", entre los cuales ellos están incluidos, tomaran conciencia de su mejor uso tratando de no afectar a los demás. De lo contrario, nos convertiremos en expertos en la esquivez de golpes como artesanos del box o testigos presenciales de los frecuentes encuentros entre "bolseros" y los que no lo son y en los que para nada interviene el arbitraje de los "buseros". |