Martes 23 de marzo de 1999

 








 

 


MENSAJE
Una vida malgastada

Hermano Pablo

La oportunidad se presentó en bandeja. Un millón ochocientos cincuenta mil dólares no son bocado despreciable, sobre todo si es fácil apoderarse de ellos y se corre poco riesgo. La tentación era demasiado grande.

Jorge Manuel Bosque, joven empleado del Banco de Reserva de San Francisco, California, tomó ese dinero. Debía llevarlo del aeropuerto al banco. Pero Jorge Manuel desapareció por completo, y con él, el dinero. Lo arrestaron quince meses más tarde cuando le quedaban sólo cien dólares. Estuvo en la cárcel seis años.

A los once años de aquel robo, Jorge Manuel murió en un hotel de San Francisco, víctima de una sobredosis de droga. Había derrochado todo lo que había robado: un millón ochocientos cincuenta mil dólares.

Al margen de la manera delictiva en que obtuvo el dinero, este hombre es un ejemplo de lo fácil que es derrochar todo lo que se tiene. Se apoderó de casi dos millones de dólares. Durante quince meses hizo las compras más absurdas. Tiró el dinero por todos lados. Realizó paseos y fiestas extravagantes.

Cuando salió de la cárcel, derrochó todo lo que le quedaba: su salud, su mente y el resto del dinero.

Cayó en el pozo de la decadencia y se dio a las drogas. Y las drogas terminaron con su vida. Lo hallaron muerto en un cuarto de hotel, y nadie se presentó para pedir su cuerpo.

Mucha gente como Jorge Manuel Bosque derrocharon todo lo que tienen, incluso pertenencias que en sí son sanas y que han obtenido honestamente. Como que no perciben el valor de las cosas. Lo peor de todo es que malgastan los años de vida que se les ha concedido.

Esas son las personas que nunca se acuerdan de Dios, y cuando llegan al día final, tratan desesperadamente de encontrarlo. Malgastar los años de vida sin recibir a Cristo como Señor y Salvador es el peor de los derroches.

La vida humana no es muy larga. Contamos, a lo sumo, con setenta, ochenta o noventa años para realizar todo lo que podamos. Habiendo seguido su curso, la vida se acaba. Y después de eso, toda puerta queda cerrada.

¿Por qué no coronamos hoy mismo a Jesucristo como Rey de nuestra vida? No derrochemos ni un solo día más de nuestra efímera existencia. El tiempo se va, las oportunidades se esfuman, y tan sólo aprovechamos lo que logramos en el presente. Hoy es el día de salvación. Ahora es cuando tenemos que decidir. No dejemos pasar esta ocasión sin entregarnos a Cristo. Este es el momento más importante de nuestra vida.

 

 

 

 

 

CULTURA
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