Los asistentes a la entrega de los premios León Antonio Soto de poesía tuvieron que aguantar la perorata del escritor Luis Carlos Jiménez, uno de los tres miembros del jurado.
La ceremonia, que tuvo como escenario el Teatro Nacional, se inició a las siete y media, con las notas musicales de la Banda Municipal. Luego se entregó un pergamino a los tres jurados y fue cuando Luis Carlos, que vende libros en el pasillo de la Facultad de Humanidades, en vez de regresar a su puesto en la mesa principal, giró hacia el podio con papel en mano. Pasaron los minutos y el público no sabía si reír o llorar. El poeta hablaba pausado, saboreando las palabras, recordando viejos tiempos y hasta de política, advirtió a los presentes.
Jiménez rectificó que se había cometido un error al no publicar los nombres de todos los trabajos concursantes, menos de 15, una merma en comparación con años anteriores. Mencionó la historia de 28 años del premio y dijo que cuando elegían al ganador, el poemario Garabatos en la piel, pensó que era de Manuel Orestes Nieto, funcionario de la Presidencia de la República.
También le informó al auditorio que tiene un viaje para Cuba, donde asistirán poetas de muchos países.
Algunas de las puertas de las lunetas se abrieron, algunos salieron a tomar aire o a esperar que terminara el improvisado discurso que mellaba toda la planificación de la entrega del premio León Antonio Soto al ganador, Genaro Villalaz, director Encargado del Instituto Nacional de Cultura y a Benjamín Ramón, el segundo lugar.
Cuando Luis Carlos terminó, le indicaron que terminara desde uno de los costados del teatro, le entregaron el pergamino al jurado faltante, y se continuó la ceremonia.
Cuando el poeta Benjamín subió al estrado, alguien dijo: ese sí es un poeta, lucía la chácara y vestía un tejano azul y una camisa manga corta.