Dentro de una semana debe comenzar el primer semestre del año 2007 en la Universidad de Panamá. Un hecho alarmante se registró en las pruebas de primer ingreso: el 46 por ciento fracasó.
Esa es la triste realidad de la educación panameña y son los resultados de tantas clases perdidas durante los estudios a nivel de secundaria. No es posible que de 13 mil aplicantes a las pruebas de aptitudes, capacidades académicas y conocimientos generales, 5, 997 hayan reprobado.
¿Cuál fue la solución?. Bajar el índice mínimo de ingreso de 1.0 a 0.7 puntos. Tremenda salida, que sólo asegura tener luego profesionales mediocres. Por más tutorías que ofrezca la Universidad, es un engaño creer que un estudiante que pasó la primaria y secundaria, pueda convertirse de la noche a la mañana en un buen universitario.
En lo que sucede hay culpa de todos. Los docentes con sus constantes huelgas, el Ministerio de Educación por no forzar a la recuperación de las horas de clases, la Universidad que forma a esos profesores que imparten clases en las colegios secundarios, los padres de familia que no se preocupan por sus acudidazos y los alumnos que prefieren la vagancia que el estudio.
El admitir a los fracasados es una especie de premio de consolación. En Panamá no se incentiva al buen estudiante, sino al que no se aplica ni repasa un libro para mejorar su conocimiento general.
Claro que la educación debe llegar a todos los estratos sociales, pero lo que no podemos es masificar la mediocridad. Mañana quizás Panamá tenga miles de egresados de nuestras universidades, pero serán unos buenos para nada, debido a la flexibilidad y la mala formación que traen esos jóvenes de los colegios de educación básica.