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A ORILLAS DEL RIO LA VILLA
El primer día de clases (II)

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Santos Herrera

El desempleo reinante y la falta de una política económica que procure la creación de fuentes de trabajo, ha engrosado, de manera alarmante, las filas del ejército de desocupados que a diario desfila por las calles de nuestras ciudades y los caminos de la campiña istmeña, tocando puertas en busca de un empleo.

En la mañana de hoy, un número considerable de padres o madres de familia no pudieron enviar a sus hijos a la escuela, por no contar con los medios necesarios. Ellos han sido víctimas de ese despiadado y deshumanizado afán del presente régimen, de botar a humildes empleados públicos cuyos únicos ingresos lo constituía un raquítico sueldo que apenas llegaba a los doscientos balboas. Ese ensañamiento de botar para satisfacer un clientelismo politiquero, sin considerar los años de servicios y sin tomar en cuenta que esa era la única entrada que servía de sostén para la numerosa familia, es el responsable de que varios miles de niños se pregunten, sin encontrar respuestas, por qué ellos, al igual que la mayoría, no pueden asistir hoy a las escuelas.

Dentro del marco de este real drama social, que cotidianamente viven millares de panameños, se inicia hoy, primer día de clases, una verdadera tragedia que involucra a padres de familia, niños y jóvenes, que frustrados observan cómo se reducen las oportunidades de adquirir una profesión a través del estudio, por falta de recursos económicos. El peor enemigo del estudiante pobre es su estómago vacío, y el del padre desocupado, su insolvencia para comprar los uniformes, zapatos, cuadernos y libros escolares. Nuestros niños nacen tan desnutridos, que a muy temprana edad las células cerebrales se les debilitan, limitándoles sus capacidades, hasta convertirlos en seres de un bajo coeficiente mental.

En definitiva, no se puede aprender con hambre. Por ende, si no se cambian las estructuras sociales, políticas y económicas del Estado panameño, muy pronto tendremos una generación de enfermos y de incapaces, que en vez de empujar el progreso serán verdaderas cargas de la sociedad panameña. Es urgente que esta nueva administración, que con mucha bulla y demagogia se comprometió con el electorado a gobernar para los pobres, garantice a cada cabeza de familia un empleo bien remunerado, que le permita alimentar adecuadamente a sus hijos y que éstos, en las más óptimas condiciones físicas, puedan zambullirse en el maravilloso océano de la educación, que le ofrecerá la oportunidad de vivir con dignidad y decoro.

Esta mañana, cuando las calles y senderos de toda la República se poblaron de inquietos ruiseñores, que tomados de las manos de sus padres se acercaban a la escuela primaria de mi pueblo, recordé aquel brillante y distante día de mayo, cuando presionado por la timidez y la ansiedad, vi el rostro sonriente de mi primera maestra, señorita Carmen Corina Cortés.

 

 

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