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Lunes 20 de marzo de 2000


MENSAJE
Vino, mujeres y canto

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Hermano Pablo
EU

Su vida, desde su juventud, había transcurrido, como reza la opereta de Strauss, entre «vino, mujeres y canto.» Le encantaba la vida alegre y todo lo que tuviera buen gusto. Había acumulado en su casa una bodega de los mejores vinos europeos, franceses, alemanes, españoles e italianos. Y había acumulado también muchas novias y muchas canciones.

Sin embargo, cuando después de veintisiete años de matrimonio Peter Graham, magnate inglés, se divorció de su esposa Sarah, ella se vengó de él haciendo algo muy extraño. Saqueó la bodega de Graham, repartiendo cientos de botellas en todas las casas del pueblo. Le representó una pérdida de 35 mil dólares. «Es mi venganza -explicó Sarah-. Podrá tener mujeres y canto, pero no tendrá más vino.»

Esto nos lleva a las tres reflexiones que siguen. La primera es que la canción «Vino, mujeres y canto» sonará muy linda en la opereta de Strauss, pero en la práctica diaria nunca produce efectos sanos. Ni el vino bebido en exceso es bueno, ni tener más de una mujer es bueno, ni pasarse la vida cantando es bueno. Porque no es bueno nada de lo que se hace en exceso y fuera de la moral divina.

La segunda reflexión es que divorciarse de la esposa porque sí, porque ya se ha puesto vieja y hay muchas muchachas jóvenes al alcance, no sólo revela una mente raquítica, sino que es una perversidad. Según el plan y la voluntad del autor de la vida, los casados deben permanecer unidos para siempre. «Hasta que la muerte los separe» es el voto que hicieron.

La tercera reflexión es que ninguna venganza es buena. La venganza nunca trae satisfacción permanente. Nunca produce felicidad. Nunca enaltece el alma y nunca purifica el espíritu. La venganza, cualquier venganza, como engendro de Satanás que es, produce sólo deterioro, injuria y destrucción.

¿Cómo puede uno librarse de estas emociones que lo embargan? Si la venganza destruye, ¿cómo puede uno librarse de ella? Cuando una persona somete su voluntad a Cristo, esa persona obtiene una vida nueva, una vida que, por ser la de Cristo implantada en el alma humana, es pura, honesta y santa. Y esa persona comienza a vivir en esa vida nueva.

En esta vida nueva no hay descuidos morales. No hay excesos que dañan. No hay odio ni resentimiento ni venganza que destruye. Sólo hay virtudes, sentimientos sanos y una nueva fe. Con Cristo cada uno somos una nueva persona, digna, limpia, recta y justa. Por eso, por nuestro propio bien, no hay nada que más nos convenga que someternos al señorío de Cristo.

 

 

 

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