A ORILLAS DEL RIO
LA VILLA
Se acabaron Los Santos (II)

Santos Herrera
Eran tantas, pero tantas las fiestas, que los conjuntos típicos no daban abasto. Famosos acordeonistas tocaban durante treinta días consecutivos en diferentes pueblos de la península. Muchos de ellos no tenían más de veinte fechas libres al año. Así era la gran demanda de una enorme masa de bailadores que con espíritu de parranda, concurría a los bailes sin tomar en consideración cuál era el día de la semana. Ante esta avalancha de permanente juerga, todo nos indicaba que el grito de batalla de estos fiesteros siempre fue el de que había que gozar hasta el último segundo, porque la vida se acaba. Por ello gurguruceaban el santoral en busca de un patrono, que cada vez se hacía más difícil encontrarlo, pues, muchos pueblos no aceptaban que tomaran el suyo, por el simple hecho de la competencia. Tampoco de nada sirvió, que la Iglesia a través de obispos y sacerdotes, prohibieran que se anunciaran por radio y televisión las festividades patronales con el nombre de los santos. A falta de conjuntos, que debido a la permanente demanda, escaseaban, surge una nueva modalidad que agrava la caótica situación de las constantes fiestas. Con el más estridente sonido y encegadoras luces multicolores, rompe el silencio bucólico de nuestros campos, la bullanguera discoteca, que con una música escandalosa y su elevado volumen, no sólo va dejando sordo a los jóvenes bailadores, sino que mantiene en vela a toda la población. La discoteca se convierte en un monstruo de mil lenguas, que la noche que sonaba, ni el micho podía dormir y por más protestas que se expresen en los medios de comunicación, no hay autoridad que se atreva a solicitarle a las discotecas bajar el volumen. Un día, llegó lo que tenía que venir: Eran tantas las fiestas patronales, que en el cielo se acabaron los santos. Por ello ¿se redujeron las fiestas en la región?. No, muy por el contrario, se triplicaron. Nuestros pueblos son muy ingeniosos, y a falta de santos, de inmediato empezaron a inventar cosas. Ante tal escasez, a un santeño se le ocurrió celebrar las patronales del Pájaro Azul, y en honor de la verdad, resultó todo un éxito económico por la multitudinaria participación del público. La iniciativa en cuestión abrió sus puertas a los llamados festivales que se multiplicaron como la verdolaga. De esta manera se iniciaron los ya famosos festivales de la caña, el coco, el guandú, el arroz, el nance, la naranja, la papaya, la piña, el ñame, el mango, el guineo, el café, el banano, etc. Como prueba de esa capacidad creativa del pueblo, ahora mismo acabo de escuchar por la radio, dos escandalosas propagandas que entre gritos y músicas, anuncian para el próximo fin de semana dos sensacionales actividades. La primera está relacionada con el primer festival de la pepita de marañón y la otra se refiere al espectacular y original festival del piropo.
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