¿Se acuerda la primera vez que le dio un sorbito de cerveza a su hijo? Tal vez fue en una fiesta con sus amigos donde usted levantaba el pecho y decía: “Mi hijo será tan fuerte como yo”. Esa tarde, mientras usted repetía esta frase colocaba en su pequeña boquita la punta de la botella para que probara.
¿Cuál fue el resultado? Eso se pregunta ahora después de verlo crecer pegado a la botella a sus 16 años, flaco, escuálido y con problemas del hígado.
Sin darnos cuenta, los padres ofrecemos a nuestros hijos patrones de conducta que ellos consideran que son los mejores, porque vienen de sus padres. ¿Quién mejor que mi papá? Eso decían ellos, pero no se daban cuenta que el molde de sus papás no era el correcto. Ellos hacían lo que la sociedad y Dios deploran que es el embriagarse hasta perder la razón y la responsabilidad de criar a nuestros hijos.
Es muy común ver que la sociedad acepte que los varoncitos beban desde muy temprano. “Déjenlo, eso los hará ser hombre”. No se equivocaron cuando dijeron esto. Sí, serán hombres, pero hombres reprochados por sí mismos sin un horizonte claro de qué es lo que quieren en sus vidas y cuidado que con muy pocas posibilidades de existir más allá de los 30 años.
Si usted premia a sus hijos por “chupar” en casa, porque dice que es mejor que lo haga en una cantina, está sepultando a su sangre.
Despierte amigo, criar no es jugar. Todos sabemos que existen reglas de hombres que prohíben el licor a los menores de edad, pero lo que no sabe usted es que hay un Ser Supremo que rechaza que hasta los mayores se emborrachen.
Dios no quiere que se pierdas, sino que tenga vida eterna. Por el bien suyo y el de su hijo, irrebátele esa cerveza de la mano y arrójela al piso. Su hijo, tarde o temprano reconocerá que fue salvado de las garras de este vicio que ha sepultado a millones.