A ORILLAS DEL RIO LA VILLA
Parrandero
Santos Herrera
El pueblo también
tenía su Juan Charrasqueado. Era parradero, mujeriego y jugador como
el de la canción mexicana. Bien plantado, desde muy temprano empezó
a beber las delicias y placeres que brinda la fuente de la juventud. Tenía
el caballo de mejor paso y rabeando novillos se quebró los dos brazos.
Su gallo fino hizo la pelea más rápida en un desafío
nacional. La vida le sonreía y todo se le facilitaba. Engreído
picaflor saboreaba el néctar puro de las flores más hermosas
del pueblo. Empedernido jugador de poker, amanecía en el billar.
Hombre de pelo en pecho que no aceptaba insinuaciones ofensivas, ni tampoco
que se las hicieran a otro, aunque no lo conociera. Estando borracho y amanecido
en un "mocambo", un siete macho, aprovechándose del estado
en que se encontraba, lo invitó a un reto a pistolas y en la carretera
descargó su revólver sin dar en el blanco por su embriaguez,
recibiendo él dos balazos que lo llevaron al hospital. No se había
recuperado, cuando le mandó un recado a su heridor, en el que le
decía que nunca más pisara su pueblo. Años después,
se enteró de que su enemigo estaba en una cantadera en un jardín
cercano, y tomando su tajona de huesito, le dio una leñera, gritándole
que su presencia en el pueblo era una falta de respeto a su persona.
Para unos carnavales, alquiló una cantina y recogió una
veintena de mujeres que trabajan en los "mocambos", todas colombianas
y durante los cuatro días, a puertas cerradas, se mantuvo con ellas.
Los vecinos sólo escuchaban la música del traganíquel
que no paró ni de día ni de noche y las carcajadas de los
parranderos; por debajo de las puertas de la cantina, salían borbotones
de agua. La misa de la ceniza del miércoles de la dedicó el
cura a este personaje amante de la farra y jarana, pero de buen corazón
porque sin bombos ni platillos, ayudaba a la gente necesitaba. Gustaba bromear
con amigos y conocidos. Gozaba cuando llevaba a la cantina a personas muy
serias y cumplidoras, pero que no se tomaban un trago ni para las patronales.
Llegaban al bar con timidez y hasta con pena. No obstante, cuando la parranda
se iba entusiasmando y el calor de los tragos comenzaba a nublar la mente
del invitado, entre risas celebraba la metamorfosis, por las cosas que hacía
y decía, pues parecía otra persona. En el pueblo fue muy comentada
la invitación que le hizo a un buen hombre un lunes de carnaval,
a sabiendas de que su mujer estallaba en rabia cuando tomaba, cosas que
hacía en los años bisiestos, una sola vez. Se lo llevó,
lo emborrachó con ginebra y cuando lo regresó, la mujer se
escondió para no verlo. Ese otro día, muy temprano, la señora
del que jumó lo despertó y bostezando una estirada goma de
cuatro días de parranda, él preguntó qué quería.
Esta, muy risueña y alegre, le preguntó: -¿qué
tomó anoche mi esposo?.- El le respondió: -ginebra.- Muy contenta
la esposa le contestó: -mire, yo quiero que se lo lleve hoy de nuevo,
pero que tome ginebra-.

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AYER GRAFICO |
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Schumaker |


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