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Martes 15 de febrero de 2000


MENSAJE
Lo poco agrada, lo mucho enfada

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Hermano Pablo

El ajo es uno de los más nobles y útiles productos de la huerta. Un diente de ajo molido y echado en la comida le da una sazón deliciosa. Realza su gusto y su valor vitamínico. Pero como todas las cosas, debe ser usado en su debida proporción, porque si no, puede convertirse en una cosa terrible.

Así lo comprobaron tanto Barry Durrah, un joven camionero, y la policía de Los Ángeles. Barry Durrah iba conduciendo su camión cargado con veintidós toneladas de ajo rumbo a los mercados. Al hacer una brusca maniobra en una curva de la carretera, el camión se volcó, desparramando toda la carga sobre la ruta.

Los coches que venían detrás tenían prisa y no podían detenerse. Pasaron sobre la masa de ajos, reduciéndolos a pulpa en pocos minutos. El olor que comenzó a difundirse era tan insoportable que la policía tuvo que usar máscaras antigases para poder auxiliar al pobre Barry que estaba semiasfixiado junto a sus ajos.

Lo mismo pasa con muchas otras cosas que usamos en la vida. Lo poco agrada, pero lo mucho enfada. Un poco de vino puesto en una comida quizá le mejore el gusto, pero varios vasos en el estómago de un ciudadano puede convertirlo en una fiera. Una diminuta pastilla de sedativo puede ayudar a conciliar el sueño, pero veinte pastillas tomadas juntas pueden matar. Un número de una rifa comprado en la fiesta de la escuela puede ser inofensivo, pero despilfarrar una fortuna en la mesa de juego destruye toda una sociedad.

«Los males hay que atajarlos antes que crezcan», dice la sabiduría. El pecado tiene la tendencia terrible de desarrollarse y crecer. Lo que comenzó con el comer una fruta en un jardín muy bello ha crecido hasta convertirse en una guerra mundial y una locura colectiva que envuelve a la humanidad por entero.

Sólo Jesucristo, el divino Maestro, el Señor y Salvador de todos, puede darnos la sobriedad, la temperancia y el dominio propio suficientes. Cristo hace de nosotros nuevas criaturas, aplomadas, serenas, justas y sensatas. Él nos libra del dominio del pecado y nos da la plena libertad del espíritu.

 

 

 

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