Aquí está uno más grande que el templo

Hermano Pablo
California
Fueron casi mil muertos, mil muertos que quedaron tirados en el suelo, ensangrentados, destrozados, con los ojos abiertos en el último espanto, congelado el último gemido de agonía, contorsionados en absurdas posturas. La matanza sucedió en Amritsar, India, cuando el ejército disparó contra los fanáticos de la secta Sikh. El ejército quería apoderarse del Templo de Oro de esa secta, que quería lanzar una campaña contra el gobierno. El día trágico fue el 5 de junio de 1984. Cuando el presidente Zail Singh se dirigió posteriormente al pueblo para explicar la matanza, dijo entre otras cosas: «Por suerte, la santidad del templo no ha sido violada. Aquí tenemos una clara muestra de la mentalidad religiosa de ciertos grupos. Se sabe que la secta Sikh es una agrupación religiosa fanática de la India. Se sabe que muchas veces apelan a la violencia para lograr sus fines. Y se sabe que amenazan hacer tambalear el gobierno. Pero matar a mil de ellos, sólo para no profanar la santidad de un templo que no es más que materia, es sencillamente abominable. Los judíos de los tiempos apostólicos sentían lo mismo respecto al templo material de Jerusalén edificado por Herodes. Eran capaces de matar a cualquiera que profanara el recinto sagrado. Pero un día Jesús les dijo: «Pues yo les digo que aquí está uno más grande que el templo. Si ustedes supieran lo que significa: "Lo que pido de ustedes es misericordia y no sacrificios", no condenarían a los que no son culpables» (Mateo 12:6-7). Una sola vida humana, por estar hecha a la imagen y semejanza de Dios, vale más que cualquier templo de cualquier religión, por grande, fastuoso, antiguo y tradicional que sea. Matar a seres humanos por hacer valer unos cuantos bloques de argamasa y ladrillo indica una abismal ignorancia de lo que Dios dice y manda. »El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él es Señor del cielo y de la tierra. No vive en templos construidos por hombres» (Hechos 17:24). Esta es la clara y terminante declaración del apóstol Pablo en su discurso de Atenas. Y estaba hablando a los griegos, los más grandes constructores de templos artísticos de la antigüedad. Pueden quemarse y destruirse todos los templos del mundo y sin embargo la fe verdadera no se perderá. Porque la fe verdadera, la fe que no construye templos de oro pero sí hace templos espirituales de cada persona, es la fe en Jesucristo, Señor y Salvador eterno de toda la humanidad.
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