Confieso que el nombre de Umbral más me sonaba a enciclopedia ilustrada y aburrida que a autor trascendente de obras literarias. Cuando lo del Cervantes (que se le concedió en el 2000), todavía veía yo en su nombre y su prestigio letras borrosas. "Un nuevo capricho de los académicos", pensé. Un día, por casualidad más que por sistema, me tropecé con una edición impresa (la hay también en línea) del diario español "El Mundo", en cuya contraportada se erguía majestuosa una columna titulada "Los placeres y los días". Firmaba Francisco (Paco) Umbral.
Por curiosidad (o por moda publicitaria: Todavía sonaba lo de su magnánimo premio), me decidí a leer el artículo de aquella edición de prensa española. El soberbio articulista que hay en Umbral me salvó de la ignorancia, de mi ceguera abismal, de mi pecado imperdonable, y desde entonces decidí pagar penitencia (pocas se pagan con tanto gusto) con la lectura asidua de sus "bombas de tiempo" periodísticas y literarias.
Más tarde, Pedro Crenes, amigo y escritor panameño residente en Alcalá de Henares contemporánea, y quien se jacta amablemente de conocer al autor madrileño en persona, me acerca su obra cumbre, Mortal y rosa, y mi admiración hacia este dinosaurio de las letras ibéricas llega, casi, a niveles de euforia.
En esta obra maestra publicada hacia 1975 tenemos al mejor Umbral de todos: El del desparpajo verbal, la fuerza implacable, la arrogancia, la brillantez, la ironía, el elegante insulto, la poesía (sobre todo la poesía), la prosa múltiple (no en balde es llamado "el mejor prosista en castellano del siglo"); pero sobre todo, el ser humano entrañable, universal, personalísimo.
Francisco Umbral será siempre una especie de enfant terrible de las letras españolas, un caso único de personaje viviendo y desviviendo entre un periodismo contestatario y una literatura sin barreras, sin encorsetamientos estériles. Por eso Mortal y rosa es su obra cumbre, porque en ella lo mezcla todo, y nos lo dispara hasta el vértigo delicioso de no saber qué se está leyendo, si un hermoso y devastador poema en prosa, con una elegía infantil de fondo (la muerte de su hijo), o un ensayo tenaz contra la vida, sus injusticias y sus sombras; pero también contra aquellos que nieguen su celebración perpetua.
Mal llamada "novela" esta joya que no resiste un solo carcelazo crítico; pero que en su momento y, aún ahora, no podría ser llamada de otro modo por quienes en su función editorial sucumben al etiquetamiento burgués de los géneros, sobre todo cuando se trata de la novela: "mejor"-"producto"-"literario"-"de los últimos tiempos". Hacer lo contrario es, de más está decirlo, perder masas, bajar ventas.
Pero lo que precisa (y contradictoriamente) hace Umbral es no venderse. Que eso lo hagan las editoriales, que ellas se las arreglen para nombrar lo innombrable y procurarle sus canales de distribución. Sabe que más allá del género o los géneros está su conjunción múltiple al servicio de la palabra: Mortal y rosa es un llanto recurrente ante el dolor de la ausencia, un retorno a la niñez desde la inexorable pérdida de un hijo, pero también un enorme pozo de posibilidades expresivas y estéticas. Sólo un maestro de la talla y la tozudez de Umbral pudo haberse apropiado, como un gendarme absoluto, de todas las fronteras genéricas, para escupir con sangre y con vísceras, pero también con espíritu sensible y genio, una de las obras cumbres de la literatura española contemporánea.
Mortal y rosa tiene la doble y extraña virtud de ser y hacer formalmente lo que le da la gana, y de arrastrarnos al mismo tiempo y sin piedad por sus caminos, en donde cada cosa, cada objeto, es un pretexto para decodificar el mundo, cuestionarlo, insultarlo cuando se lo merece, adorarlo por su hermosa y terrible capacidad de hacernos felices y miserables al mismo tiempo. Allí está, repito, el mejor Umbral: El gigante de la prosa, el observador insoportable, el ensayista siempre parado en el filo de la navaja, el padre abandonado que llora desde su intimidad un llanto de poesía como único consuelo, el hombre libre ante los ojos del mundo y preso bajo el peso de sus palabras. |