Hay hombres y mujeres que aparentan ser mosquita muerta, pero apenas se meten un trago de alcohol, se transforman. En estos días de carnaval, usted los descubre. Es como si le metieran un cohete en su interior.
El ante silencioso personaje después de un par de cervezas habla como un loco, se trepa a las tarimas, se vuelve impertinente, grita vulgaridades y quiere pelear con cualquiera por cualquiera cosa.
Generalmente estos elementos luego no recuerdan las trastadas que han hecho y hasta se escandalizan cuando alguien con posterioridad su comportamiento. ¿Quién yo?. El hombre o la mujer niega que se haya transformado.
No se pretende que sean santos, pero es necesario controlar las bebidas embriagantes. El mismo cuerpo -tal si fuera una máquina- te advierte cuando estás llegando al límite en cuanto al abuso del alcohol.
Para qué hay que llegar a los extremos y hacer el papelón de borracho con el zipper abajo, hediondo a orine y durmiendo en la vía pública sobre tu propio vómito.
Hay otro grupo de personas que pierde toda clase de vergüenza cuando tienen unos tragos adentro. Hacen cualquiera pendejada frente a las cámaras de televisión para ganarse una baratija de premio.
Las mujeres bailan enseñando parte del trasero y del delantero por una pachita de aguardiente. El hombre ensaya toda clase de besos con su pareja: el de lengua, de piquito, el francés y otros, para obtener una gorra para los culecos. ¡Hay que tener un poco de vergüenza!.
Lo más correcto es que te tomes tu traguito, disfruta la fiesta, baila, canta y vete a los culecos, pero no te conviertas en el bufón de los festejos del Rey Momo.