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Sábado 3 de febrero de 2001



Inmovilizado por un pegamento

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Hermano Pablo
California

¿El lugar? Belo Horizonte, Brasil. ¿El protagonista? Jaime Da Silva, un drogadicto empedernido. ¿La ocasión? Un día sábado, a las dos de la tarde. ¿La diligencia? Perpetrar un robo.

La fábrica estaba sola y sin vigilancia. Dentro de la fábrica había mucha mercadería, incluyendo un pegamento de olor intenso y alucinante. Era un pegamento de petróleo, codiciado por jóvenes drogadictos.

Da Silva entró a la fábrica y, tentado por el sumo del pegamento, aspiró profundamente de un barril de doscientos kilos. El fuerte vapor lo mareó y, tratando de no caerse, se agarró del borde del barril. Pero éste se volcó íntegro encima de él y Da Silva quedó atrapado bajo el peso del pegamento. Lo encontraron treinta y seis horas después, pegado al suelo sin poderse mover.

No hay duda de que muchas veces junto con la falta viene el castigo. Aun más, la falta misma se convierte en su propio verdugo.

Podrá haber delitos que tarden años en descubrirse, pero como que hay una mano autónoma que parece prender al delincuente. Ya sea que tenga que vivir como prófugo toda su vida, que como quiera es castigo, o tenga que sufrir la sanción inmediata de su delincuencia, allí está el látigo, evidenciando claramente lo inexorable de la ley de la cosecha. «Cada uno cosecha lo que siembra» (Gálatas 6:7). Así es con todos los delitos y pecados.

El juego envuelve lentamente al jugador. Lo va rodeando de pegamento. Lo amarra con cuerdas invisibles y lo oprime hasta que queda completamente paralizado, sólo viviendo para estar frente a la mesa de juego.

El adúltero se convierte en prisionero de sus pasiones, y las rejas de su celda se extienden hasta abarcar a su esposa, a sus hijos, a la vida de su amante, al esposo de ella, a los hijos de ella y a cuantos son parte de las dos familias. Este también es un pegamento que atrapa igual que la tela de araña atrapa a la mosca.

La deshonra, el engaño, la falsedad y el artificio son todos poderes cementosos que envuelven a la víctima y le quitan toda voluntad, todo escrúpulo, toda conciencia y toda fe.

La buena noticia es que podemos librarnos de estos terribles pegamentos. Jesucristo, el Señor todopoderoso, vino al mundo a ofrecernos verdadera libertad. Él puede salvarnos de toda esclavitud. Él puede librarnos de los lazos del pecado.

 

 

 

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